Anticipar un resultado negativo denunciándolo como una conspiración, es dar por hecho ese resultado adverso y no precisamente porque haya un complot en marcha.
La vicepresidenta argentina y el presidente de Brasil tienen en común en estos días anticipar que sufrirán un duro revés, atribuyéndolo ambos a oscuras intrigas para perjudicarlos.
Cristina Kirchner lanzó un durísimo ataque contra la Corte Suprema de Justicia, con graves acusaciones a cada uno de sus miembros, afirmando que ya tienen redactada la sentencia en su contra sobre el llamado “caso Vialidad”, en el que se investiga corrupción en la gestión de obras públicas.
En la feligresía kirchnerista la casi totalidad cree en todo lo que ella dice y, por ende, considera totalmente cierto que los jueces supremos reciben amenazas y órdenes del poder económico y de los medios hegemónicos para que la declaren culpable. Pero en la mayoritaria vereda de los que no están fascinados con la líder del kirchnerismo, escucharla anticipar que el fallo de la justicia ya fue redactado y la declara culpable, genera la sensación de que ella ya conoce el veredicto de culpabilidad pero no porque considere que haya una conspiración en su contra, sino porque sabe que las pruebas son irrebatibles.
La Justicia argentina está lejos de la excelencia y la credibilidad, pero en el caso Vialidad, como en otros que se siguen contra la ex presidenta y actual vice, las pruebas en su contra serían abundantes y abrumadoras. Ante esa evidencia, Cristina se adelanta a la sentencia buscando desacreditarla, en lo que parece una jugada de manual.
En síntesis, es posible que para la mayoría de los argentinos el ataque furibundo que lanzó la vicepresidenta contra el Poder Judicial y su máxima instancia, sea una evidencia más de su culpabilidad. Y también una evidencia de irresponsabilidad institucional, porque impulsar semejante choque de poderes desde la presidencia del Senado, es otro palo en la trabadísima rueda de la economía.
Que en plena crisis financiera, con la inflación por las nubes y la inversión paralizada, un discurso de ese calibre impacte negativamente sobre la devastada económica y sobre los retazos deshilachados de credibilidad que tiene el gobierno encabezado por Alberto Fernández, no resulta evidencia de otra cosa que no sea irresponsabilidad institucional.
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En lo que respecta a los argentinos, la embestida de Cristina contra la Corte también muestra irresponsabilidad social, porque para la sociedad resulta un daño central en su calidad de vida lo que para ella es un “daño colateral” en su batalla contra los jueces.
La misma sensación de anticiparse irresponsablemente a lo inevitable genera Jair Bolsonaro, al denunciar que habrá fraude en la elección presidencial del próximo dos de octubre. Pero lo que hace el presidente de Brasil es aún más grave, porque adjudica la derrota que sufrirá ante Lula da Silva a una conspiración absurda cuando todas las encuestas están anunciando que el líder centroizquierdista obtendrá una victoria contundente.
Ergo, todas las encuestas constituyen la evidencia de que es una estratagema ridícula la teoría conspirativa que repite como un disco rayado.
Sin embargo, el carácter burdo de esa manganeta no es lo más grave de lo que está haciendo Bolsonaro. Lo más grave es que denuncia fraude en una elección que aún no ocurrió, porque procura que los militares den un golpe de estado para impedir que los brasileños voten en octubre y lo saquen de la presidencia.
No es la primera vez que el jefe del Palacio del Planalto enarbola un discurso golpista. En reiteradas oportunidades exhortó a los militares a cerrar el Congreso y también a embestir contra el Poder Judicial. El agravante en este caso es que, además de golpismo, lo que pone en evidencia la estratagema golpista del presidente es negligencia, porque está aplicando al pie de la letra el esquema de subversión institucional que usó Donald Trump y que resultó en un trágico y patético fracaso.
Igual que Bolsonaro, el magnate neoyorquino empezó a denunciar fraude cuando las encuestas mostraron que las chances de ser derrotado por Joe Biden eran mayores que sus posibilidades de imponerse. Los argumentos del mandatario brasileño son tan nebulosos y absurdos como los que planteaba el entonces jefe de la Casa Blanca. Por lo tanto, Bolsonaro podría repetir en octubre la violenta aventura golpista que intentó, sin éxito, Donald Trump.
Posiblemente, también la vicepresidenta argentina intentará revertir lo que considera inevitable mediante un “putsch”. En ese caso, el blanco será la Corte Suprema.