Los tercer mandatos nunca han sido fáciles. La Córdoba del poco recambio institucional sabe mucho de eso, del desgaste que genera el poder en el ejercicio prolongado.
A Eduardo Angeloz su forzado tercer período le sepultó su carrera política. José Manuel de la Sota la pasó mal en la tercera gestión no consecutiva. Hasta el mismísimo fantasma de la intervención revoletó en esos dos períodos citados.
Juan Schiaretti no cumplió aún un año de su tercer mandato no consecutivo y ya las cosas habían cambiado mucho, incluso, antes de asumir esta etapa.
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La euforia que lo embargó por aquel triunfo sin antecedentes históricos se fue diluyendo al cambiar el mapa nacional y llegar al poder un Alberto Fernández que ya le había avisado en campaña que le iba a facturar la falta de acompañamiento electoral.
Por eso, quedó claro en aquel discurso de asunción del 10 de diciembre pasado que Córdoba seguía teniendo el mismo gobernador pero que no era el mismo.
Del Schiaretti de las autovías, la Circunvalación, los puentes pasó a un gobernador que anunciaba obras complementarias y ningún proyecto estratégico.
Y mientras preparaba, en silencio y casi vergonzante, la mudanza hacia el Frente de Todos, lo encontró la pandemia que cambió el mundo y complicó todo.
Para Schiaretti y su gestión, las adhesiones y rechazos se comportaron casi igual que al resto de los gobernantes, al menos por estos lados. Entraron a la cuarentena con elevadísimos niveles de respaldo ciudadano, que se fue diluyendo con la prolongación del aislamiento, el aumento de casos y el agravamiento de las condiciones económicas.
Pero los días del gobernador se han complicado, y mucho, en las últimas semanas.
La calle dice
De hecho, ha habido un par de contundentes manifestaciones ciudadanas que le han reclamado por cosas muy diversas.
La última fue para pedirle que los diputados de Hacemos por Córdoba no acompañen la reforma judicial de los Fernández, ni con los votos ni con el quórum.
El propio Fernández lo intimó públicamente a que vote para ese lado: “Gringo, terminemos de una buena vez por todas con esta historia de que Córdoba es una cosa aislada del resto del país”.
Acorralados y con la indignación ciudadana al límite por situaciones absurdas, los diputados nacionales schiarettistas dijeron el viernes a la noche que están en contra de la reforma judicial pero se cuidaron de precisar si darán o no quórum, que es el gran tema para saber si se destraba o no el tratamiento.
Especulación y muerte
El silencio ha sido el camino elegido en muchos terrenos por el mandatario cordobés, que ha dejado en manos de sus estrategas comunicacionales la acción política. Y para ellos, la especulación de no hablar de ciertas cosas para que dejen de ocupar un lugar central en la agenda pública es una acción repetida.
El problema es cuando se especula con la vida misma. Es el caso del asesinato de Valentino Blas Correas, por el cual también hubo una contudente marcha que no mereció el más mínimo comentario de funcionario alguno.
El problema es cuando se especula con la vida misma. Ante el asesinato de Blas, sigue sin haber respuestas claras.
El Gobierno cordobés tiene todo que explicar en el crimen. Dispararon dos policías que ingresaron en el primer mandato de Schiaretti, cuando se produjo una masiva incorporación de efectivos, lo que fue cuestionado hasta en el propio oficialismo provincial.
Los dos tiradores tenían antecedentes penales y el principal sospechoso de ser el autor de la muerte de Blas debe enfrentar un juicio por encubrir a un violador serial y, pese a semejante imputación, fue reincorporado a la fuerza.
¿Hubo una recomendación de un importante dirigente del PJ para que Lucas Gómez porte las armas del Estado pese a que debió haber estado en pasiva? ¿No merece la familia y la sociedad cordobesa un esbozo de respuesta ante semejante hecho?
Pero la responsabilidad política aumenta si se tiene en cuenta que ya tenían un arma para plantar y simular tiroteo y que hubo una cadena de encubrimientos que no se sabe hasta qué niveles jerárquicos llega.
La madre de Blas ya hizo pública la sensación de manoseo que tiene por parte del gobernador y los suyos, mientras desconfía no sólo del fiscal sino también de los propios letrados que la asisten.
Vinería sanitaria
La semana se cerró con más dudas y tragedias para una gestión que se ha aferrado al discurso sanitario, mientras no encuentra respuestas en otros ámbitos.
Las dudas provinieron de una situación conocida: las compras del Estado. La oposición quiere saber cómo es que una vinería, un repuestero, una empresa de correo mendocina, entre otras, se transformaron en proveedores de insumos sanitarios.
¿Por qué?
Pero la pregunta mayor, la que conmovió a toda la Argentina, es tan simple como dolorosa: ¿Por qué el papá de Solange no le pudo dar el último abrazo cuando intentó llegar de Neuquén a despedirse de su hija, que clamaba por ese gesto en las horas finales de su vida?
No hay sanitarismo sin humanismo. Por qué no se puede ser sano sin tener humanidad.
Y son días en los que los límites entre el sanitarismo y el autoritarismo están medio difusos.
La única reacción oficial, ante una situación angustiante que había conmovido al país, fue mandar a un policía integrante del COE a explicar protocolos, sin un mínimo gesto de empatía.
La única reacción oficial ante la muerte de Solange fue mandar a un policía integrante del COE a explicar protocolos.
Es que lo que está en juego es una concepción de poder, tal como empezábamos esta columna.
“El amor es como la sal: dañan su falta y su sobra”, sostenía sor Juana Inés de la Cruz.
El poder también es como la sal. Dañan su falta y sobra.