Mauricio Macri tuvo en estos dos años y medio de gestión dos grandes sostenes: el pasado y el futuro. El pasado estaba cerca y la apelación a la herencia kirchnerista funcionaba como justificativo para muchas cosas. El futuro estaba lejos y la expectativa de que las cosas iban a estar mejor compensaba los malos tragos.
Pero era sabido. El pasado se fue alejando y el futuro se fue acercando. El legado comenzó a ser remoto, aunque siga operando como una muy fuerte justificación para muchos seguidores del presidente. Y los augurios de un porvenir más venturoso se fueron chocando con las dificultades de la actualidad, a pesar de que todavía es significativa la porción de argentinos que cree que todo va estar mejor de acá en adelante.
Macri tiene que lidiar con el presente, que no es el escenario más cómodo en un contexto internacional desfavorable y con una gestión a la que no le está dando resultados haber aplicado el gradualismo en su plan económico y también en su armado político.
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Aquella tibieza que le dio satisfacciones cuando todo parecía ir viento en popa y lograba atomizar la oposición, parece no servir en la adversidad económica. El peronismo, especialista en olfatear la debilidad del oponente, ha dejado de jugar a ese paciente reacomodamiento interno a la espera de volver al poder después de un ciclo más o menos extenso de Cambiemos. Lo quiere en el próximo turno. ¿A cualquier costo? Seguramente las visiones son diferentes, entre los que quieren ver desangrar a Macri (kirchnerismo) y los que esperan un desgaste gradual (gobernadores), pero convergen en un punto. Como históricamente ha hecho el peronismo, que tiene un traje diferente para vestirse en cada contexto histórico.
Macri ha mordido el polvo de la derrota política este miércoles en el Senado. Sus interlocutores favoritos, como por ejemplo el cordobés Juan Schiaretti, le han hecho saber sobre la vigencia de aquel apotegma de que en política no hay amigos sino cómplices circunstanciales. En este tema de las tarifas, el gobernador de Córdoba ha tenido una postura pública enérgica y los cinco legisladores nacionales de su sector, otra opuesta. Esto implica que Schiaretti no tiene el más mínimo liderazgo o que hace uso y abuso del doble discurso. O ambas cosas.
Macri sabe ahora que el peronismo no es su aliado, sino su rival. Tiene sobre sus espaldas esa pesada carga histórica que el último presidente no peronista que completó su mandato fue hace casi un siglo, allá por 1928.
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Tiene a su favor que nadie en la oposición asoma con un liderazgo claro, que ningún dirigente capitaliza lo que él pierde en aprobación ciudadana, que Cambiemos sigue teniendo a varios referentes bien posicionados y que siempre el que tiene el poder tiene resortes para recuperar la iniciativa.
En contra tiene el presente. Y eso no es poca cosa.