Las crisis vienen cada vez más acompañadas por el denominado discurso antipolítica.
Los productos que suelen emerger de allí son tan riesgosos o más que aquello que se busca reemplazar por haber generado esas complicaciones.
Hay sobrados ejemplos en Argentina y en el mundo respecto a que el remedio suele ser tan peligroso como la enfermedad.
La Argentina está en crisis por donde se la mire. Y de una profundidad con escasos antecedentes.
Por ende, el campo está fértil para el auge de esas heterogéneas y difusas corrientes antipolíticas.
Pero hay algo más riesgoso que aquellos que se enancan en la antipolítica: cuando los políticos son los cultores e impulsores de la degradación institucional.
Juan Ameri es el ejemplo exacto, que refleja nuestra tragedia.
Mientras la sociedad observa desgastada y llena de angustia los efectos sanitarios, económicos, emocionales de la pandemia, la dirigencia es como si se esforzase en profundizar el divorcio.
Lo del diputado nacional del Frente de Todos por Salta es un bochorno, que no merece demasiadas consideraciones.
Pero hay algo de puesta en escena de sus pares que salen a pedir su expulsión.
Ameri no debería ser expulsado por una sencilla razón: jamás debió ser diputado nacional.
Tenía antecedentes violentos de su juventud como barra brava de River, que lo obligaron a recalar en Salta.
No se reconvirtió en el norte en un ser sociable sino que siguió sumando acusaciones de prepotencia, agresiones y violencia.
Aunque la acusación más grave estaba por llegar. Una militante de su sector, menor de edad, hizo públicos los mensajes de acoso y violencia sexual del dirigente kirchnerista.
Como ha ocurrido con otros dirigentes, el sistema lo apañó y dejó en soledad a la chica denunciante.
¿Por qué? Porque el sistema necesita de estos violentos, que desde los márgenes sostienen en el centro.
Sería como sacarle un sostén a la estructura política, que se nutre y alimenta con muchos recursos públicos a estos personajes que deberían estar fuera.
Su presencia no sólo es costosa en términos de recursos. Lo que se llevan en sueldos, empleados, prebendas, negocios oscuros es dinero que falta para resolver esos problemas graves que tanto nos angustian.
Ameri, y los tantos Ameri que no son captados por la cámara de una computadora, hacen -desde la política- mucho más por la antipolítica que aquellos que enarbolan consignas destituyentes.
La expulsión será solo un gesto menor.
Una verdadera transformación sería que los Ameri estén fuera de los márgenes de la política y las instituciones.