Cuando el 2 de marzo, los docentes dijeron por primera vez en el año “bienvenidos a las aulas” nunca imaginaron lo que se venía para el ciclo lectivo 2020.
Sólo tuvieron dos semanas para conocer a sus alumnos y presentarles la idea del año. Incluso algunas horas de algunas materias todavía no habían sido designadas.
En ese contexto, el 15 de marzo, llegó la noticia: las clases se suspendía en la primera fase del aislamiento, que cuatro días después se extendió a social, preventivo y obligatorio. El coronavirus había llegado para modificar nuestra vida para siempre.
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Por lo general, en el ámbito educativo los cambios se implementan con tiempo, mucho tiempo. Hay una planificación, una prueba piloto, se miden los resultados, se ajusta y se ejecuta.
Nada de eso pudo hacerse en esta experiencia. De un viernes a un lunes, los docentes tuvieron que conseguir los números de teléfonos de los padres y los chicos, los e-mails, conocer algún tipo de plataforma, virtualizar sus clases y buscar recursos audiovisuales para acompañar a los chicos en un aprendizaje que por primera vez, se hará fuera del aula.
Cada parte de la comunidad educativa hará su mayor esfuerzo, los resultados serán de difícil medición. ¿Se perderá el año? Nadie lo sabe.
Según el Observatorio Argentinos por la Educación, sólo la mitad de los países que cerraron sus escuelas activaron herramientas y recursos educativos para dar clases a distancia. El resto liberó la experiencia a lo que cada docente puede hacer.
En total, se calcula que 1.600 millones de alumnos no están yendo a las escuelas en 188 países. En Argentina, son 14.2 millones de estudiantes los que están sin clases presenciales desde el 16 de marzo.
La mayor porción se la lleva la educación primaria, más de un 40 por ciento del total.
Posibles soluciones
El problema es global, las respuestas son regionales. Las posibles soluciones incluyen: clases por radio y televisión, como hace España; portales web y plataformas educativas como el caso de Uruguay algunas instituciones en Argentina y la educación a través de herramientas populares como WhatsApp, Zoom, Jitsi, etcétera.
Las clases pueden darse de manera sincrónica o asincrónica. La diferencia está en que los alumnos estén conectados en el mismo momento que la docente, a través de videollamada por ejemplo, o que vean un video grabado más tarde.
En este contexto, las desigualdades que existían en la Argentina antes de la cuarentena se profundizaron. Así, los principales problemas que deben enfrentar las escuelas incluyen: conectividad, acceso a la tecnología y manejo de las plataformas, comprensión del contenido y capacitación docente.
El “Kapeluz” digital
Google es el nuevo docente. Si bien, los maestros habilitan grupos de WhatsApp, e-mails y horarios de encuentros virtuales para consultas, hay un momento en el que los chicos se sientan solos con los padres para hacer la tarea.
Es ese momento cuando surgen dudas y la única opción o la más sencilla es preguntarle a Google. En mi época era el manual Estrada o Kapeluz, hoy todo se digitalizó. Claro, en el viejo manual, las opciones eran finitas, en el sitio de búsquedas online son infinitas y están ordenadas por algoritmos y filtros poco claros.
El riesgo es aprender de sitios poco serios. Si el Rincón del Vago será quien le enseñe a nuestros hijos el ciclo del agua, o el sistema representativo de nuestro país, o la conformación de una célula, es probable que aprendamos con errores.
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En algunos casos, los docentes recomiendan links o monitorean los posibles resultados de cada búsqueda. No es suficiente.
El aprendizaje a distancia implica alumnos comprometidos, docentes con capacidad de adaptación y padres que acompañen.
En un mundo ideal, funciona. En Argentina, la economía, las diferencias socio-económicas, la falta de trabajo, la pobreza que afecta a más de 16 millones de argentinos están primeros. La eterna discusión sobre lo importante y lo urgente.
Cada parte de la comunidad educativa hará su mayor esfuerzo, los resultados serán de difícil medición. ¿Se perderá el año? Nadie lo sabe.