Quizá sea snobismo, o un desvarío místico que lo lleva a buscar milagros, o síntomas de delirios mesiánicos o, simplemente, un intento de cambio de imagen para ya no ser visto como una persona irascible y volcánica.
Pero también es posible que sus peregrinaciones a una tumba en el distrito neoyorquino de Brooklyn, sean la señal de una transformación más profunda en la forma de percibir a los otros y de entender el mundo.
Lo indudable es que Javier Milei sorprende con su deslumbramiento por una personalidad a la que admiraron líderes situados en sus antípodas ideológicas, y que ganó notoriedad mundial expresando valores que jamás habían sido visibles en la personalidad del presidente electo.
Milei se hizo conocer en TV despotricando contra el pensamiento económico de John Meynard Keynes y considerando al modelo keynesianismo como el peor de los males padecidos por la economía del siglo 20.
En esa etapa, exhibía una personalidad tempestuosa que irradiaba intolerancia, misoginia y un fundamentalismo con teorías económicas radicales que proponía convertir en programa de gobierno, como hacen los fanáticos religiosos con los fundamentos expuestos en los libros sagrados.
+ MIRÁ MÁS: El oscuro éxito propagandístico de Hamas con el intercambio en curso
En los ígneos discursos mediáticos de Milei siempre aparecían las teorías y afirmaciones de Ludwig von Mises, Frederich Hayek y Murray Rothbard. Nunca aparecía el John Stuart Mill que, finalmente, giró hacia un liberalismo social. Tampoco había nunca referencias al pensamiento de Karl Popper ni de Isaíah Berlin. Menos aún el liberalismo que entendía la justicia como equidad, que promovió John Rawls desde la Filosofía del Derecho.
En el Milei que vociferaba en los sets de televisión y los estudios de radio, el liberalismo se reducía esos teóricos que expresaban vertientes radicalizadas y puramente economicistas.
A quién le cuestionara el reduccionismo a la Escuela Austriaca que hacía de una visión que, como el liberalismo, antes de ser económica fue filosófica y humanista, Milei calificaba de ignorante y le disparaba insultos a mansalva.
Esa intolerancia va a contramano de la enseñanza del Rebe de Lubavitch, el sabio jasídico a cuya tumba peregrina el presidente electo de los argentinos. Por eso su hasta ahora desconocido deslumbramiento es una buena señal, en caso de que no fuese una actuación para cambiar de imagen o el síntoma de un delirio místico.
En las antípodas del “juguete rabioso” que atacaba a gritos a las mujeres que le discutieran algo en un set de televisión, el Rebe que era considerado un tzadik (hombre piadoso) y cuyo nombre era Menajem Mendel Schneerson, daba prioridad a la mujer y la instaba a liderar el pensamiento y la enseñanza.
En el polo opuesto al economista que, mirando a la cámara con los ojos desorbitados, llamaba “zurdo de mierda” a Horacio Rodríguez Larreta, el Rebe de Lubavitch era un difusor de la comprensión y la aceptación del otro.
Schneerson fue un difusor de la bondad, la empatía, la amabilidad, la compasión y la conciencia. La comunidad jasídica que lideró y engrandeció, Jabad Lubavitch, señala con su nombre un lugar de origen y los principios rectores. Jabad es la sigla de las palabras hebreas Jomá (inspiración), Biná (entendimiento) y Daat (conciencia).
En Lubavitch, aldea rusa del oblast de Smolensk, se estableció durante un siglo el centro de difusión del Jabad, movimiento que, diezmado por el nazismo en Europa, estaba al borde de extinguirse cuando llegó a conducirlo Menajem Schneerson.
El rabino de la tumba a la que peregrina Milei difundió los valores humanistas del Jabad, creó centros educativos y promovió la enseñanza y la lectura en los niños. Por eso su nombre es también sinónimo de lucha por la educación: James Carter estableció la fecha de su nacimiento como Día Nacional de la Educación en Estados Unidos.
+ MIRÁ MÁS: Por qué Milei había ganado antes de ganar
Aquel presidente demócrata admiraba al Rebe, que significa maestro, en el sentido de la palabra japonesa Sensei, o sea como guía, igual que John F. Kennedy, el gran impulsor de los Derechos Civiles por los que luchaba Luther King.
Por cierto, también hubo republicanos entre sus admiradores. Por ejemplo Ronald Reagan. Pero que entre los primeros estadistas que se asomaron con admiración a la obra del Rebe en su comienzos, estuviera Franklin Roosevelt, quien murió a sólo tres años de haberlo conocido, es significativo por tratarse del presidente de la New Deal (Nuevo Trato), política que rescató el capitalismo de la crisis del ’30 recurriendo al pensamiento de Keynes.
El venerado rabino a cuya tumba peregrinan estadistas desde su muerte en 1994, contradijo al judaísmo como experiencia pasiva para proponerlo como activismo humanista y, en los sicodélicos años ’60, miró con simpatía al hippismo y demás rebeldías juveniles. “Esos jóvenes demuestran que la conformidad no es la cúspide de la vida”, escribió.
El gran impulsor del Jabad de Lubavitch enseñaba que todas las personas, desde los sabios a los ignorantes, pueden ser difusores de la bondad y la compasión. Y que difundir la bondad y la compasión es la verdadera grandeza, la auténtica trascendencia. Por eso es una señal interesante que ahora Milei peregrine a su tumba en busca de inspiración.
El economista que atacaba a Keynes y daba puñetazos a la foto de Alfonsín, ahora tiene algo en común con los keynesianos Roosevelt, Kennedy y Carter. Eso parece una señal de apertura y moderación, salvo que las visitas a la tumba sean una pose, el síntoma de un delirio mesiánico o la búsqueda desesperada de milagros que lo ayuden a derrotar los males argentinos como las milicias de Judas Macabeo, por contar con la ayuda de “las fuerzas del cielo”, derrotaron en el siglo II AC a los invasores griegos que querían helenizar a los judíos.