Como hincha y con la camiseta de River Plate, viajé desde Córdoba para vivir la final de la Libertadores contra Boca Juniors. Me emocioné al ingresar a un Monumental teñido de rojo y blanco son sus banderas. Eufórica me senté en la tribuna Sivori (alta) esperando el comienzo del partido. Pero algo pasó que transformó mi ilusión y la de todos los simpatizantes en incertidumbre.
Adentro del estadio nos empezamos a desesperar porque el tiempo pasaba y no había indicios del comienzo del juego. Para peor, comenzaron a circular rumores sobre incidentes afuera de la cancha.
La poca señal en los celulares y el silencio de la autoridades del estadio no nos permitían saber qué estaba ocurriendo. Hasta que por fin pude leer las publicaciones de mis compañeros Manuel Sánchez y Lucho Casalla en ElDoce.tv.
¿QUÉ? ¿AGREDIERON A LOS JUGADORES DE BOCA? ¡QUÉ INADAPTADOS!
La noticia apagó los cánticos… y el silencio fue ensordecedor cuando la voz del estadio informó sobre la primera postergación: pasó de las 17 a las 18 hs. El anuncio de que se jugaría el partido devolvió el alma al cuerpo a los 70.000 presentes. Con la misma intensidad con la que llegamos, volvimos a alentar al Millo. Obviamente, desconociendo la gravedad de los hechos que habían sucedido afuera.
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Minutos antes de las 18 hs, recibimos otro baldazo de agua fría: habían reprogramado el inicio del encuentro para las 19:15. Mientras tanto, la poca información reinante provocó conjeturas de todo tipo. Hubo hinchas que entendieron que, si lo que se comentaba era real, no se podía jugar bajo esas condiciones. Otros en cambio, más incrédulos y más urgidos de tiempo, pedían desesperados que la pelota empezara a rodar de una vez por todas.
Pero cuando se anunció que el partido se pasaba para el domingo, más desorden se sumó al caos general. La salida del estadio fue a las corridas y hubo gente golpeada. Hasta calmé a una chica que tuvo un ataque de nervios. Cuando vi a dos pibes con balazos de goma en brazo y cuello, comprendí que los barras bravas querían ingresar pese a que ya se había suspendido el partido. Increíble.
Regresamos hacia los colectivos por la avenida Alcorta. Con las entradas escondidas por miedo al arrebato y con la duda de saber que hacer: ¿nos quedamos un día más en Buenos Aires? En las horas previas me había enterado que algunos hasta vendieron sus vehículos o sacaron créditos para no perderse esta final.
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Historias de todo tipo escuché. Hubo quienes viajaron desde distintos puntos del país con más de 50.000 pesos en mano con la esperanza de conseguir una entrada. Los que se quedaron hasta el domingo pagaron hotel y duplicaron sus gastos. Golpe al bolsillo y a la ilusión (y si se decide que se jugará sin público, ni hablar).
Hay muchas hipótesis respecto a lo que ocurrió: “los barras bravas enojados, fallas en el operativo, hasta cuestiones políticas”. Pero lo que sea, que la Justicia investigue y que haya una sanción ejemplar.
Solo un hincha de un equipo de fútbol puede entender a otro en cuanto a la pasión. Me pasa con mi papá, que es hincha de Boca, y también con Jorge (Cuadrado), con quien coincido en muchas cosas pero no en los colores de camiseta. En ese sentido, somos rivales pero no enemigos, nos soportamos mutuamente cuando perdemos o cuando ganamos, pero siempre con respeto.
Vivirlo así vale la pena, hace a nuestro folklore pleno de antagonismos y libertad de pensamiento. Hoy, con tristeza e impotencia, siento DESDE ADENTRO que perdimos todos.
Ahora frente al mundo somos “bárbaros”… lástima que derivado de “barbarie”.