Es probable que Germán Kammerath todavía no haya podido pegar un ojo en la cárcel de Bouwer. Un ambiente inhóspito, violento y que para sobrevivir requiere de muchas reglas no escritas que existen detrás de esos muros.
Como ya sucedió con otros poderosos que terminaron allí, el día a día requiere de la protección de los jefes de los pabellones, que se paga de alguna manera.
No son días fáciles para un hombre que el viernes amaneció en el Country del Jockey y el sábado un poco más al sur, en el penal de la ciudad. Una sensación seguramente espantosa para él y para cualquier ser humano, que convivió con una denuncia y una condena que prácticamente atravesó dos décadas y sus abogados fueron pedaleando hasta que la Corte le bajó el pulgar.
De Kammerath se dijeron muchas cosas por su paso como secretario de Telecomunicaciones de Carlos Menem, pero sobre todo que el hecho por el cual pernocta en Bouwer parece una minucia en relación a las cosas que le endilgaron y no le comprobaron o le dejaron pasar.
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Kammerath fue denunciado por haber contratado a una empresa que se llamaba Radioaviso, que era de un cuñado suyo para que hiciera el seguimiento satelital de la flota de autos municipales. Ese contrato se extendió entre 1999 y 2000. La denuncia fue presentada por Luis Juez, su sucesor en la intendencia, allá por 2003.
Fue condenado por la Cámara Segunda en el 2006, pero recién después de eternas chicanas jurídicas en el 2018 el Tribunal Superior de Justicia dejó firme la sentencia, habilitando la posibilidad de que vaya a la Corte Suprema en queja, cuestión que se acaba de saldar, ratificándole la pena a 3 años y medio de prisión.
O sea que desde que firmó el contrato con Radioaviso hasta hoy pasaron casi 22 años.¿A este esperpento se le puede llamar justicia? Y por más remanida y gastada que suene la frase, cuando llega tan tarde no se le puede llamar justicia. Es factible que Kammerath podría haber sido condenado como funcionario nacional por hechos más graves, pero terminó en Bouwer por algo que si revisamos los expedientes, hicieron casi todos los que tuvieron poder en la Provincia y en la Municipalidad: negociaciones incompatibles con la función pública.
Para todos lados
Lo cierto es que la detención de Kammerath ha generado una gran incomodidad en la política cordobesa. Luis Juez, su denunciante, por aquellos años de ascendente fama político mediática, había transformado en uno de sus números de stand up favorito: hablar pestes de Kammerath. Pero el viernes, cuando se conoció la detención, se disfrazó de moderado. Hizo equilibrio y trastabilló con las palabras. No parecía Juez.
Y eso tenía una explicación: el ganador de las Paso comparte boleta con varios dirigentes que comieron de Kammerath y a varios de los cuales directamente inventó. En los "felices" años ‘90 Juez también fue uno de los aplaudidores y beneficiarios del gobierno de Menem y varios de sus compañeros de listas eran los jóvenes de ese entonces, que venían a "modernizar'" la Ucedé de la mano de Kammerath, ya por entonces de billetera gorda y carrera ascendente. Cabe recordar como muy digna, la crítica postura que adoptó en aquellos años un hombre de ese partido, Prudencio Bustos Argañaraz, advirtiendo lo que finalmente sucedió.
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Su alianza con José Manuel de la Sota lo llevó a la vicegobernación y de allí a la intendencia capitalina. Era el momento en que el peronismo era neoliberal y en la foto estaban todos. Carlos Caserio como ministro de Obras Públicas de ese gabinete y Olga Riutort, ambos compañeros hoy en la boleta del kirchnerismo.
Laura Rodríguez Machado como secretaria de Economía y Soher El Sukaría en la secretaría privada. También comenzaba a figurar por allí su sobrino, Oscar Agost Carreño. Eran días donde simplemente con reverencia lo trataban de Germán. Hoy intentando despegarse lo mencionan fríamente como Kammerath. Ya incinerado políticamente y demonizado, fue el gran armador del Pro en Córdoba en 2013. Allí aprovechó el vínculo que tenía con Mauricio Macri.
Es por eso que muchos cordobeses terminaron votando como diputado a alguien que venía poco a Córdoba y era un desconocido para todos, Nicolás "Colorado" Massot, en ese momento su yerno. Por eso cuando se habla de honestidad y transparencia, es bueno hacer un poco de memoria. Será por eso que de Kammerath nadie quiere hablar. Ni el que lo denunció, ni los que comieron de ese plato.