Desde hace tiempo, el apellido Maradona es sinónimo de polémicas, discusiones y peleas propias de un programa de chimentos. En estos años, el exfutbolista se encargó de darles cada vez más dolores de cabeza a sus incondicionales seguidores.
Hijos abandonados, hijos reconocidos, más peleas con sus otros hijos, insultos a dirigentes, a periodistas y a cuanta persona se le cruzó en el camino, además de interminables excesos por su larga lista de adicciones. Papelones que hacían que todos extrañarámos cada vez más al “Diego jugador”.
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Sin embargo ayer, después de mucho tiempo, volvió a emocionar. Me conmovió como cuando veía por televisión sus goles. Lamentablemente no soy contemporáneo suyo y no lo pude disfrutar dentro de una cancha. Pero siempre tuve a mano Internet para disfrutar de su magia.
Ayer, la FIFA tuvo el mejor gesto que cualquiera pudiera tener. Le dio a Maradona lo más preciado que consiguió en toda su vida: la Copa del Mundo. El trofeo volvió a estar en sus manos y, al menos por unos minutos, volvió a ser el Diego de la gente. El que todos queremos y del que nos sentimos orgullosos por compartir la misma camiseta.
La agarró, la acurrucó entre sus brazos y le susurró al oído con el mismo amor de un padre hacia su hijo. Sus ojos se iluminaron y su voz recobró la lucidez que perdió hace varios años. Fue el reencuentro entre dos amantes después de 30 años. Desde ese momento, no la soltó ni le sacó la mirada de encima. Dejó el tartamudeo y volvió a tener la lucidez de cuando era jugador.
La nota duró menos de dos minutos, pero fueron suficientes para comprender su grandeza. La grandeza del mejor jugador de su época. En unas pocas palabras transmitió lo que vivió, sufrió y peleó para conseguirla y emocionarnos en México 86.
Diego cerró la entrevista con una sonrisa propia de quien vuelve a ser feliz y con una frase tan contundente como emotiva: “La amo”. Maradona se emocionó y nos emocionó a todos. Como lo va a volver a hacer cada vez que se lo proponga.