Ahora que andamos para todos lados con permisos para circular es un buen momento para rescatar uno de los primeros éxitos del Cuarteto Leo. La canción se llama "Bailongo en lo del Rengo".
Como muchos hits de aquellos primeros años de este género, venían de palos distintos. En este caso, era un polca que venía del litoral.
La letra de la canción cuenta una historia trágica. Una fiesta prohibida en la casa de un tal Sosa (el Rengo) que era de apellido “Abolengo”. Abolengo quiere decir que era un “carteludo”, dicho en cordobés. Por eso, el Rengo baila de “smoking y alpargatas”.
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A las dos de la mañana cae la policía para suspender la fiesta. El comisario “casándole el cogote le dijo venga acá/ a dónde está el permiso pa’ bailar/ si le dije que yo no te lo daba / y vos hasta las taba te pusiste a jugar”.
El comisario llama al sargento para que le enseñe el reglamento. Y ahí se da la tragedia.
Como el sargento era medio “chambonazo” lo mata de un machetazo. La viuda arma una colecta para velarlo y al otro día se va con un payador.
Carlitos Rolán, estrella del Cuarteto Leo, cerraba la canción con esta frase “Así pasó esa noche cruel/ y yo por querer bailar la cumbia / me encajaron una tunda /y terminó el bailongo aquel”.
La historia
El Rengo Sosa existió pero nunca fue a un baile de cuarteto.
La canción nació en Paysandú, Uruguay, y fue la primera composición de un gran autor latinoamericano, Aníbal Sampayo.
Don Aníbal era un inquieto chico de 13 años en 1936 cuando quiso entrar a un circo criollo, que sería como nuestros bailes, hoy prohibidos por la cuarentena.
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El portero del circo, como el patovica de la puerta era el tal Sosa.
Sosa lo manda en cana a Aníbal y se lo llevan a la comisaría para reprenderlo.
Cuando salió, enculado por el reto y el no poder bailar, se sienta en el Club Ciclista San Antonio y le brota una venganza al Rengo Sosa. Armarle el baile frustrado y su muerte a manos de la ley.
Algo que sólo existió en su imaginación y las ganas de bailar.
Mientras, medio siglo después de Rolan y los baiolongos polvorientos de aquella periferia cordobesa, miles de bailarines agitan las palmas soñando con que llegue el “permiso pa’ bailar”.