El mensaje de Vladimir Putin a las potencias de Occidente es que el trato que deben dar a Rusia tiene que ser acorde a su poderío económico y no a la capacidad de su economía.
La dimensión y el vigor de la economía son los pies de barro del gigante euroasiático. En ese rubro, la Federación Rusa tiene el peso de Brasil o de Italia, aunque posea arsenales y fuerzas militares de híper-potencia.
Deng Xiaoping, que es el autor del mayor poderío chino en toda su historia, pensó de manera inversa al presidente ruso. Por eso China le disputa a Estados Unidos el liderazgo económico y tecnológico global, aunque tenga un poder militar inferior al de Rusia.
El jefe del Kremlin lanzó una guerra militar y el eje euro-norteamericano le responde con una guerra económica. ¿Cuál de las dimensiones define en profundidad la victoria y la derrota en este conflicto?
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Si acierta Vladimir Putin en la elección del terreno militar para librar la batalla, entonces se equivocan las potencias occidentales en responder las acciones en la dimensión económica. No obstante, es posible que el jefe del Kremlin logre finalmente el triunfo que busca sobre los escombros de Ucrania y sea precisamente eso lo que condene a la derrota a Rusia.
Ocurre que aún venciendo a la tenaz resistencia ucraniana, las sanciones y la desconexión económica con Europa y otros socios de Estados Unidos, podría condenar a Rusia a un empobrecimiento que haga retroceder su economía varias décadas.
Deng Xiaoping tal vez le diría a Putin que su guerra es vieja y que, para ascender al liderazgo mundial, necesita inteligencia y paciencia en la espera de los resultados del crecimiento económico sostenido. Con un ejército inferior al ruso, la China que encaminó Deng está merodeando la cumbre del poder global.
Devastando a Ucrania, el líder ruso muestra la paradoja que lo envuelve. Exhibe modernidad armamentística y retraso estratégico.
En los arsenales de la OTAN no hay bombas termobáricas como las que tiene Putin y la artillería antiaérea de la alianza atlántica no puede interceptar los misiles hipersónicos rusos. Pero es probable que los misiles económicos que están lanzando las potencias occidentales sobre Rusia logren la destructividad que haga caer finalmente a Putin.
Ya se habla de conspiraciones en altas esferas del poder político y económico de Rusia para derrocar o asesinar al líder que entró en trance napoleónico provocando una catástrofe humanitaria, y llevando la economía y las grandes fortunas rusas a la destrucción.
Una de esas versiones, curiosamente difundida por el gobierno ucraniano, al que no le conviene avisarle a Putin que cabezas debe hacer rodar para mantenerse en el poder, afirma que poderosos millonarios cuyas fortunas están siendo demolidas por las sanciones occidentales, conspiran para eliminar a Putin y poner en su lugar a Alexander Burtnikov, el titular del FSB.
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Burtnikov y Putin trabajaron juntos en la KGB de Leningrado hasta que el actual líder ruso fue destinado a Dresde, en la RDA. En aquellos años trabaron cierta amistad y, en este tiempo, el jefe del FSB se convirtió en una pieza clave del tablero de poder del presidente.
Sin embargo, tendría lógica que Burtnikov entienda que la guerra que podría perder Rusia es más importante que la guerra que podría ganar Putin. Si la economía rusa quedara reducida a escombros, como quedarán las ciudades ucranianas, el resultado más importante de la aventura expansionista habrá sido una derrota aunque Putin convierta a Ucrania en un óblast de la Federación Rusa.
Los misiles económicos que lanzan las potencias de Occidente contra el Kremlin, buscan dañar la economía rusa para que caiga Putin, derrocado o asesinado. Pero si logra destruir la economía rusa sin que caiga Putin, entonces crecerá el riesgo de que Rusia se convierta en una gigantesca Corea del Norte y se dedique, como el régimen de la dinastía Kim, a usar su poder nuclear para generar esporádicas escaladas de tensión que concluyan con negociaciones en las que obtenga prebendas para mantenerse en el poder.