Me cuesta criticar a Maradona por lo que dice, o a Messi por lo que no dice. Me cuesta porque siento que les debo mucho. Grandes momentos de satisfacción, de alegría. Para mí es arte puro lo que hicieron o hacen dentro de una cancha. Y disfruto de ese arte. De un gol al ángulo, de las gambetas, de los pases precisos.
Por eso me suena injusto tanta crítica despiadada. Porque no somos lo suficientemente agradecidos. Y en la vida hay que ser agradecidos. Es un gran defecto nuestro no admitir que hay personas que nos han cambiado el estado de ánimo para bien.
Le estoy eternamente agradecido a mi madre por haberme dado la vida, por haberme protegido y protegerme cuando es necesario.
Tengo, por ejemplo, un agradecimiento que durará toda mi vida laboral para con el Lagarto Guizzardi, que me atendió en radio Universidad cuando yo era apenas un estudiante que no sabía distinguir entre un periodista y un locutor y sin embargo algo me vio y confió en mí cuando no tenía por qué hacerlo.
Por supuesto que hay agradecimientos más efímeros. El que le debemos a un vecino que nos presta un alicate, o al kioskero que nos deja llevarnos el paquete de galletitas aunque nos falten dos pesos.
Pero me da la impresión de que, en general, una pequeña cosa que nos disgusta del otro borra todo lo bien que se han portado antes. Como si estuviéramos dispuestos a saltarle a la yugular a un amigo o hermano o compañero de trabajo por un mínimo descuido, aunque eso signifique pasar por alto las veces que nos han sacado de aprietos importantes.
Una pena. Porque ser agradecidos mejora nuestra calidad de vida. Porque vivimos en comunidad y necesitamos de los otros. Y agradecer es una forma de valorar a los demás, de sentir y hacerles sentir que sin ellos nuestra vida sería menos agradable o peor aún de lo que es. Y porque, además, cada uno de nosotros esperamos todos los días que los otros nos agradezcan, que nos quieran, que nos reconozcan, que nos respeten.
Admito que ser agradecido no goza de reconocimiento social, al contrario, parece más bien que se lo equipara al nerd de la clase, al olfa, al chupacirio. En fin, es parte de nuestra enorme deuda. Porque el que agradece de alma, de algún modo está reconociendo que el otro puede tener razón, y si es el otro el que puede tener razón y somos nosotros, quizás, los equivocados, disentir y aprender se convierten en verbos placenteros y alcance de nuestras manos.
Esta columna fue publicada en el programa Córdoba al Cuadrado de Radio Suquía – FM 96.5 – Córdoba – Argentina.