A principios de noviembre Carlitos Tevez fue noticia en todo el país después de venir a Cordoba manejando su lujoso Rolls-Royce blanco.
El ídolo de Boca fue visto cargando nafta en una estación de servicio de Marcos Juárez con un auto que llamó la atención de todos. Enseguida esa imagen se volvió viral y no es para menos. Un Rolls-Royce cuesta entre 371 y 425 mil dólares, lo que equivaldría a más de 80 millones de pesos si es que se comete la fantasía de pensar que alguien pueda llegar a vender uno en este país.
Esta semana, el ídolo de boca recibió en su casa al grupo cordobés Monada y me tocó ser testigo privilegiada de este encuentro.
La cita comenzó en su Fuerte Apache natal, donde Tevez nos esperaba jugando al fútbol con sus amigos y, si bien se sacó algunas fotos con gente que se acercó a la esquina donde estábamos parados tomando una cerveza en ronda, no parecía que su presencia fuese algo raro ni especial, sino más bien cosa de todos los días. A pesar de ser una mega estrella del fútbol mundial, Carlitos es aún hoy un habitúe cotidiano del potrero que lo vio jugar sus primeros partidos.
Llegamos tarde para el picadito así que sólo saludamos a la gente y nos fuimos al cumpleaños de Vanesa, su esposa, en un modesto club de barrio, donde la banda había sido citada para darle un regalo sorpresa.
Ahí si llegamos temprano y pudimos ver al cumple armarse desde el principio. Reconozco que antes de ir pensé 200 veces que me ponía y hasta le pedí ropa prestada a una amiga, que no hizo falta ponerme.
En el lugar había un ambiente familiar sin muchos lujos ni códigos de vestuario. Todos estaban como los agarró el dia caluroso y abundaba la ropa deportiva y las chancletas. La cumpleañera terminó de jugar al fútbol con sus amigas y se sumó como estaba a la choripaneada. Me sentí aliviada de no haberme puesto nada de lo que me habían prestado. Un buzo gigante fue mi aliado para sentirme cómoda .
En esas horas que estuvimos en la canchita, Carlitos vino al menos 10 veces a preguntarnos si necesitábamos algo. Siempre muy atento y pendiente de que todos estuvieran cómodos. Cuando estuvieron listos los choripanes pasó por todas las mesas con la bandeja, ofreciendo también la posibilidad de un chimichurri extra que estaba cerca de la parrilla.
Lo vi romper bolsas gigantes de hielo para acomodar las bebidas en un tacho para que se enfríen y preparar tragos para todos: a mi me hizo un Gancia con Manaos de pomelo que me sorprendió.
Mientras comíamos, algunos sentados y otros parados en situación relajada de quincho de club, Carlitos se fue al fondo a ayudar a los pibes armar un gazebo. Antes comentó que era complicado de armar y que seguramente iban a necesitar su ayuda porque ya lo había hecho varias veces.
Se hicieron las doce y llegó la primera sorpresa. Todos nos fuimos a la cancha de fútbol 5 para ver entrar a un grupo de mariachis haciendo lo suyo. El último de la fila era “el Apache” con un sombrero mexicano en la cabeza y un enorme ramo de flores amarillas en su mano, que seguía vestido con ropa deportiva y chanclas con medias, un look que ya es su marca registrada.
Con gesto complice nos guiñó el ojo al pasar y ahí comenzó el show. Carlitos sorprendió a Vanesa, le cantó las mañanitas y todos morimos de amor mientras ellos se miraban enamorados bailando clásicos mexicanos.
Después de eso llegó el momento del cuarteto y el jugador se dispuso a disfrutar. Bailó, jugó con sus amigos como un niño y cantó a los gritos sin pudor. Se sabía todas las canciones.
Antes del final, tomo la posta del micrófono y le dedicó unas palabras a los hermanos Ninci con mucha emoción. Dijo que los conoció en pandemia, que admiraba su talento y sensibilidad para componer en una industria llena de grupos que solo hacen covers y que, a pesar de ser un viejo consumidor de cuarteto, nunca un grupo le había llegado tanto al corazón.
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Por si no había quedado claro, se declaró explícitamente fan de Monada, diciendo que después de aquella tarde en Carlos Paz no había podido parar de escucharlos y hablar de ellos.
Después de la emoción siguió la música que, a pedido de un bis tras otro, solo se terminó cuando se cortó la luz y llegó el momento de la retirada, ahí es cuando Tevez nos invitó a seguir la fiesta en su casa.
Entramos por la cochera y ahí estaba el famoso Rolls-Royce. Ante la sorpresa de Juanito, Lucas y Agustín los invito a sentarse en “la nave”. Yo hice lo mismo de colada unos minutos después, mientras el mismísimo Carlos conectaba unos parlantes con sus manos para que el show vuelva a comenzar.
Éramos 20 o 30 personas que se dividían entre cordobeses y oriundos del Fuerte Apache. A nuestro alrededor todo era lujo, sin embargo Carlitos seguía siendo ese anfitrión humilde y preocupado porque todos la pasáramos bien, ése mismo que hacía un rato pasaba con la bandeja de choripanes.
Las muestras de agradecimiento del futbolista por el regalo que la banda le hizo a Vanesa siguieron hasta que se hizo de día.
Repartió remeras de Boca para los músicos y nos hizo sentir cómo estuviésemos en casa, esa misma casa que tenía estacionado en su garage uno de los autos más lujosos del mundo y que compartió sin cuidado con personas que solo había visto dos veces en su vida pero que, según dijo, consideraba parte de su familia.
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