Si damos por sentado entonces que fue auténtico el llanto del presidente Macri en la gala para mandatarios del G-20 que se hizo en el Colón, hay que preguntarse qué fue lo que le causó el llanto y qué efectos produjo.
El propio Macri dijo que lloró por una suma de factores. Una enorme tensión para que todo saliera bien, la magnífica actuación en escena de los artistas argentinos y la emoción que vio sobre todo en Angela Merkel y en el presidente chino.
A diferencia del llanto, que resulta casi imposible de fingir, en las explicaciones se puede mentir o exagerar. Personalmente le creo. Le agregaría que son tantas las cosas que le salieron mal en los últimos tiempos que sentir el calor de cierto afecto de los mandatarios extranjeros le produjo un efecto contrario a la intemperie en la que se siente. Como si hubiese estado esperando un momento propicio para descargar la bronca contenida.
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En cuanto a los efectos, normalmente las lágrimas son benéficas. Hay pocas circunstancias ya en que el llanto puede tomarse como una señal de debilidad en un hombre poderoso. En los tiempos que corren, llorar y pedir disculpas, si no se hacen con frecuencia excesiva, suele sumar adhesiones más que restarlas.
Si la economía lo acompañara, si ahora que el dólar está quieto le siguiera una baja sustancial de la inflación y luego una reactivación económica, el llanto del Colón podría marcar un antes y un después. Un mojón histórico de las etapas de su gobierno. Si por el contrario, las señales de la economía siguen siendo negativas, las lágrimas irán adquiriendo connotación negativa, como (salvando las enormes distancias) la renuncia de Alfonsín o el helicóptero de De la Rúa.
De todos modos, no es mi interpretación lo que importa sino la de los agentes que a diario operan y modifican la política argentina.
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Diría que Jaime Durán Barba, por ejemplo, hablaría del llanto como un momento refundacional, una muestra de que el país, con este presidente, está bien plantado en el mundo. Cristina diría que lloró porque los argentinos le retiraron su afecto y apoyo y únicamente le quedó el de los intereses financieros internacionales. Los gobernadores peronistas aplaudirían el posicionamiento del país en el G-20, listos para saltar a la yugular cuando la imagen del gobierno vuelva a mancharse. Sergio Massa mirará una encuesta para determinar qué le conviene decir.
Habrá (hay) un treinta por ciento de argentinos que van construyendo día a día su propia impresión, con menos prejuicios y menos ataduras a esquemas políticos e ideológicos preestablecidos. Ese treinta por ciento de ciudadanos llamados “independientes” son los que el año que viene van a definir la elección.
Los árbitros entre el tercio que seguirá adhiriendo al gobierno y el otro tercio que seguirá queriendo que se vaya. Un treinta por ciento que no confía demasiado en el gobierno pero que no parece terminar de defraudarse.