Como casi todos los días me iba de la radio a casa siguiendo el mismo recorrido en casi el mismo horario. Como casi todos los días crucé varias esquinas de vendedores ambulantes, limpiavidrios, malabaristas. Como casi todos los días pasé por el semáforo de costumbre, donde vende el muchacho de costumbre. Le calculo unos veinticinco años.
Le compro bastante a menudo. Los productos que vende me sirven, son baratos y de buena calidad y además me parece simpático. En realidad, algo más que simpático. Veo en ese muchacho alguien que tiene muchas ganas de dejar las esquinas pero que acepta su realidad como parte de su historia. No sé por qué, se me ocurre, ese muchacho cree que ya se le dará el momento de algo mejor.
Como esta vez el semáforo estaba en verde, paré sobre el cordón de la vereda siguiente, toqué bocina y me asomé por la ventanilla para llamarlo. Vino rápido, contento, animado quizás por una venta segura. ¡Hola, Jorge!, me dijo, como era su costumbre. Hola, le dije yo, está caluroso hoy. Dame una bolsita por favor.
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Noté su cambio de expresión. Bajó un poco la cabeza e incluso la voz se volvió algo más grave. Cómo no, me dijo, para usted lo que guste. Pero el sentido amigable de la frase no condecía con su tono. Me resultó extraño, pero como siempre ando apurado a esa hora le pagué, lo saludé con una hasta mañana y puse primera. El muchacho seguía ahí, en la ventanilla, con pinta de indeciso. Hasta que vio que yo no tenía más remedio que arrancar:
Te veo todos los días desde hace tiempo, me dijo. Trabajás en Canal Doce y en radio Suquía. Sos hincha de Boca y tus compañeros te cargan porque sos caracúlico. Te llamás Jorge Cuadrado.
Hizo un silencio mínimo, que no me dio tiempo a entender a dónde quería llegar.
"Pero no sabés cómo me llamo yo, dijo. Hace seis meses que me comprás cosas y no sabés cómo me llamo. Gracias de todos modos -dijo- y perdoname por decir esto".
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Volvió hacia atrás, a su semáforo. Lo miré caminar de espaldas por el retrovisor y cuando se volvió una figura pequeña en el espejo arranqué. No tiene sentido que cuente todas las cosas que pasan por mi cabeza, por el estómago, por el corazón, desde esas palabras. Yo pensaba, con bastante inocencia pero seguramente con algo de soberbia, que comprarle con asiduidad me convertía en alguien generoso. Pero es cierto que no hemos establecido más que un vínculo comercial. Yo compro, el vende. Hay poco afecto en ese intercambio de billetes por mercancía si después de seis meses de hacerlo ni siquiera sé su nombre.
Esta columna fue publicada en el programa Córdoba al Cuadrado de Radio Suquía – FM 96.5 – Córdoba – Argentina