Durante mucho tiempo pensé que nos envidiaban. Que con los jesuitas y la universidad habíamos sacado chapa de intelectuales y no se la bancaban. Que por eso habían hundido la reputación del marqués de Sobremonte o habían mandado a fusilar a los opositores de la revolución porteña de mayo de 1810, que se habían refugiado en Córdoba. Que no nos perdonaban haber volteado a la dictadura de Onganía con el Cordobazo.
Por momentos, también, sentí que en realidad era puro resentimiento provinciano. Éramos nosotros los que no soportábamos el crecimiento del puerto, hasta convertirse en la ciudad que nos hubiese gustado ser a los cordobeses.
Hoy me parece que es un problema de punto de vista. No nos conocen. Y no nos conocen porque no nos ven. Ni a los cordobeses ni a los jujeños ni a los neuquinos. Creen saber de nosotros por fogonazos de realidad que ocurren cuando se inundan las sierras o se corre un rally o Belgrano manda al descenso a River. Pero es como pretender que los norteamericanos sepan de Argentina porque el New York Times manda un corresponsal a Buenos Aires cuando cambia un presidente.
Es verdad que también nos conocen por las encuestas. Saben que somos la provincia que más fernet toma y que en las últimas elecciones el 70% votó a Macri. Y así con todo el país. Con ese saber chiquito, insuficiente, el poder del puerto gobierna una nación compleja, multicultural y profundamente desigual. En Misiones saben todo de Buenos Aires: dónde juega la selección, qué ventanilla golpear para conseguir un subsidio, quién ganó el Martín Fierro de oro, cuántos habitantes tiene La Matanza. En Buenos Aires saben que hay un salto de agua que se llama Cataratas del Iguazú.
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Buenos Aires concentra el puerto, la capital administrativa, la sede del poder Ejecutivo, el Legislativo, el Judicial, los comandos de las tres armas, las centrales de las empresas de telecomunicaciones, los grandes medios de distribución nacional, los equipos de fútbol más poderosos, prácticamente el monopolio del cine y de la actividad cultural de exportación. Casi todas las autopistas nacen o mueren en Buenos Aires, lo mismo ocurre con las famélicas vías de los trenes y con las rutas aéreas.
El gobierno de Alfonsín había propuesto cambiar esta realidad. Quiso llevar la capital a Viedma, desentralizar. Imponer un país federal en el que nadie deje de verse, en el que todos sepamos cómo y por qué sufren los formoseños, padecen los chaqueños o celebran los sanjuaninos. Le derrumbaron la iniciativa porque costaba 4 mil millones de dólares. Curioso, años después, parte de los que se burlaron de la idea, gastaron 12 mil millones de dólares en construir Yacyretá, diez veces más de lo que correspondía.
La razón por la que Messi no atiende a los periodistas del Interior, los políticos hablan de la Argentina como si se terminara en la General Paz o Jorge Rial dice suelto de cuerpo que somos una provincia de mierda no es la soberbia, como solemos creer. Es la más básica de las ignorancias: la de los que ignoran y no lo saben.
Esta columna fue publicada en el programa Córdoba al Cuadrado de Radio Suquía – FM 96.5 – Córdoba – Argentina.