Primero de Mayo. Yerra en la Cabaña San Basilio, en la vecina Piquillín. Una mañana soleada que sigue a días donde las lluvias dejaron a los corrales sumergidos en un colchón de barro que se pega como cemento a las botas de goma de los criollos que se encargan de la tradicional y difícil tarea de la "capada".
Un balido grave, fuerte y lastimero surge a borbotones de los novillos que corcovean con el lazo que los atrapó del cogote.
Los mirones, como yo, no se pierden detalle. Y aplaudimos cada vez que la destreza en el uso del lazo y el volteo del animal se hacen a fuerza de músculos, destreza y coraje.
Es un verdadero rito, típico de nuestra vida rural, que se repite todos los años.
Y por supuesto la fiesta es obligatoria.
El "patrón" se encarga de todo, en especial que a los numerosos invitados no les falte nada.
Semejante alboroto pone inquieta a una enorme vaca de raza, con un lustroso pelaje negro que brilla cuando trota. Está en un lote un poco más alejado, pero como es campeona Aberdeen Angus de la Rural y está acostumbrada a que la mimen, no le gusta esta gente desconocida y bullanguera que viene a alterar su tranquilidad diaria. Uno de los peones, que la conoce, opta por abrirle una tranquera y el majestuoso animal sale presuroso a campo abierto.
Verla en ese actitud, ya de entrada, me movió algo dentro mío.
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Llegó el momento de la reunión: 400 comensales en un galpón enorme de abovedado techo de zinc, donde se guarda la maquinaria.
La decoración de las paredes la conforman herramientas y una especie de puertas de tejido de malla que se utilizan para cubrir los motores en épocas de cosecha, cuando las mariposas se pegan en los radiadores y provocan el recalentamiento de los motores .
Humeantes vienen las empanadas, el asado y demás entremeses. Las bebidas, compradas en el kiosco que puso la cooperadora de la primaria Domingo Faustino Sarmiento, que tiene así la oportunidad de recaudar unos pesitos, que nunca sobran en las escuelas rurales.
En el infaltable escenario, comienza el breve discurso la presentadora: una joven integrante de la familia Carrara con el micrófono en la mano y a la vez alzando a su pequeño hijo.
Y empieza la música con el ballet folklórico que integran mujeres y hombres ya mayores de la vecina Montecristo. Pronto se suman otros bailarines. El aire se agita con el revoleo de pañuelos azules y blancos que acompañan una zamba.
Para agregarse a las parejas, la presentadora le entrega su hijo a una amiga. Igual que él: "Tóma, tóma...tenémelo... que voy a bailar", de la chacarera de don Andés Chazarreta.
Esa sensación interna que poco antes me había embargado, sigue creciendo; agigantándose a medida que regresan viejos recuerdos de la niñez en la añorada Villa de María del Río Seco, donde el baile de zambas, chacareras y escondidos no era una rareza, sino una costumbre.
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Mi presencia no había pasado inadvertida entre esa gente sencilla y trabajadora que estaba feliz de participar de esta fiesta y los saludos eran interminables.
Pero hubo uno que me pegó directo al corazón. Un apretón de manos de dedos fuertes y rugosos acompañados de cinco certeras palabras: "¿Viniste escapando del loquero, no...?".
¡Qué enorme capacidad para captar exactamente qué es lo que estaba haciendo yo en ese lugar y la emoción que me dominaba!
Es como si me hubiera identificado con la hermosa Abedeen que había salido corriendo a buscar la tranquilidad de la enorme pradera.
En la ciudad nosotros podemos decir que hay que bajar un cambio y volver a las cosas simples.
Entre ellas, escapar del diario loquero.