Tremendo espectáculo el del primero de tres debates entre (D) Hillary Clinton y (R) Donald Trump previos a las elecciones del 8 de noviembre en Estados Unidos. Y en el asunto no cuento solo las palabras: la comunicación no verbal fue quizá lo más elocuente.
Por un lado, la postura de Trump frente al podio. Apoyándose en él, inclinado hacia el frente como si estuviera “en guardia” y con gestos de desaprobación en cada palabra que salía de la boca de Hillary Clinton. Trump mostró, una vez más, su gran capacidad de oír, más no de escuchar y que durante las dos horas solo buscó cualquier instante para interrumpir y no dejar hablar a otros, con tal de “imponerse” a su adversaria.
Por su parte, Clinton mantuvo una postura corporal recta, segura, sin perder la compostura y, lo que me pareció mas interesante: vistió de rojo, el color que muchas mujeres usamos cuando queremos ser el centro de atención en donde nos encontramos. Desde ahí, le puse atención.
“El gallo Trump” fue agresivo, defensivo, arrogante…jefe. “El gallo Clinton” se mantuvo tranquilo, seguro, poco preocupado.
Como mujer, simpatizante del tema del empoderamiento femenino, creo que Hillary sin duda se llevó la noche. Me pareció la adulta que se enfrentaba a un caprichoso adolescente que buscaba a todas luces justificar sus acciones.
Ambos fueron irónicos, atacaron y sacaron “trapitos del otro al sol” pero Clinton mantuvo -en mi opinión- una actitud “más presidencial”. De hecho, dijo que en los últimos días se había concentrado no en hacer campaña sino en “prepararse para ser presidente”.
La politica se trata de escuchar, negociar y no de imponer voluntades caprichosas.
Creo que esa es la diferencia entre un “jefe” y un “líder”, entre alguien que dice “yo” en lugar de “nosotros”; entre “quien culpa a alguien por las crisis” y “entre quien las resuelve”.