Es posible que en Chile haya comenzado una nueva era para toda la región y que Gabriel Boric marque el inicio de una nueva izquierda, que ni renuncie a construir equidad social ni fracase en la generación de riqueza.
Una izquierda que democratice el acceso a la educación universitaria y a la salud universal, y que no demonice a la oposición ni construya poder autoritario.
Surgido de las luchas estudiantiles, Gabriel Boric superó durante su paso por el Poder Legislativo el izquierdismo de las consignas y de los ideologismos. Ese izquierdismo que atacó a la inversión privada y se encaminó hacia el autoritarismo. Por eso en los últimos años, su discurso se fue encuadrando en una socialdemocracia inteligente y novedosa.
Fue en Chile donde comenzó el modelo de crecimiento económico basado en la desigualdad. El modelo de derrame de riqueza acumulada redujo la pobreza, pero amplificó la desigualdad.
En rigor, durante la dictadura de Pinochet, cuando ese modelo se inició bajo la dirección del ministro Hernán Büchi, hubo muy poca reducción de la pobreza. Esa mejora en la sociedad llegó con los gobiernos de la coalición centroizquierdista que encabezaron, primero, los democristianos Patricio Aylwin y Eduardo Frei, y posteriormente los socialistas Ricardo Lagos y Michelle Bachelet.
En su segunda presidencia, Bachelet planteó que era el momento de enfrentar la deuda del modelo económico vigente: la desigualdad que hacía mucho más cara y difícil la vida y el acceso a la educación universitaria y la salud de excelencia a las capas medias y bajas de la sociedad. La mandataria tenía razón, pero la oposición conservadora puso el grito en el cielo y empezó a hablar de giro comunista, mientras que el oficialismo de centroizquierda se sugestionó y no acompañó las reformas que proponía Bachelet.
Fue en ese punto que empezó a encaminarse hacia el final el ciclo de bipolarización virtuosa que había reemplazado a la dictadura militar y que había, aunque lentamente, “despinochetizado” la sociedad chilena. Si Bachelet hubiera podido avanzar hacia la gratuidad de la enseñanza universitaria y la ampliación del acceso a la salud de excelencia, ese ciclo habría continuado. Pero al no incorporar las reformas que a esa altura de la democratización y del crecimiento económico era posible y necesario implementar, las décadas de polarización virtuosa entre centroizquierda democristiana-socialista y centroderecha de la alianza UDI-RN empezaban a ser un capítulo terminado.
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Todavía hubo un gobierno más de Sebastián Piñera, quien cometió el error que sentenció la vuelta de página en la siguiente elección. Ese error fue sacar el ejército a reprimir las protestas sociales del 2019, aplicando las teorías del “accionar castro-chavista” avanzando por el subcontinente para “imponer el comunismo”.
Cuando Piñera corrigió el error convocando a una asamblea constituyente para reemplazar la constitución legada por la dictadura de Pinochet, ya era demasiado tarde para el sistema de dos coaliciones que había imperado en las últimas tres décadas.
Por eso a la lucha por la presidencia la libraron un candidato ultraconservador, José Antonio Kast, y el candidato de una coalición de izquierda en la que está el Partido Comunista (PC), ausente del poder desde la caída del gobierno de la Unidad Popular que encabezó Salvador Allende.
En aquel gobierno de la primera mitad de la década del setenta, el PC tuvo una posición moderada y a las posiciones más radicales las asumía el Partido Socialista y el propio Salvador Allende. Pero esta vez, aunque sin programas colectivistas, los comunistas tuvieron posiciones más radicales que Convergencia Social, el partido que postuló a su fundador, Gabriel Boric, en la interna de la alianza que definió la candidatura.
Boric presentó un programa reformista moderado que contrastó con el programa de Daniel Jadue, el precandidato que presentó el PC. Y a renglón seguido armó un equipo de gobierno en el que la economía quedó en manos de Mario Maciel, presidente del Banco Central que designó Bachelet y mantuvo en el cargo Piñera.
Esa designación, dejando de lado al economista de Convergencia Social Nicolás Grau, pareció dejar en claro que el gobierno no arriesgará la estabilidad, el equilibrio fiscal y la inversión privada. Boric da señales de tener en claro que las fórmulas populistas y las de la izquierda dogmática, conducen al debilitamiento de la economía y, por ende, hace insostenible la distribución de renta y de riqueza. Para distribuir riqueza, hay que producir riqueza y esto es imposible si se desalienta la inversión.
Superar el modelo que alentaba la inversión pero aumentaba la desigualdad porque no redistribuía, es el objetivo que debe tener un gobierno socialdemócrata. Y la redistribución es sustentable, si se sigue produciendo riqueza, algo que no hicieron los regímenes autoritarios de Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Boric ha planteado correctamente las reformas necesarias para construir equidad social y está apuntando correctamente la política económica para que esa construcción de justicia social sea sustentabl.
También ha planteado correctamente la visión de su gobierno sobre Derechos Humanos, la materia en la que los izquierdismos dogmáticos y las izquierdas populistas de la región han evidenciado hipocresía y matriz autoritaria.
A diferencia de muchos en la región, el joven presidente chileno puede denunciar algo tan evidente como el carácter represivo de los regímenes de izquierda y la invasión criminal que está perpetrando el presidente ruso en Ucrania.
Si el conservadurismo y las elites dominantes de Chile no lo sabotean y si el Partido Comunista no lo corre por izquierda debilitando la coalición gubernamental, Boric tiene grandes chances de tener éxito. Y eso esparciría por la región un nuevo modelo izquierdista que supere a los que fracasaron en la economía y abrazaron el autoritarismo.