Su honestidad intelectual, al igual que su genialidad literaria, está fuera de dudas. Pero en la literatura, Mario Vargas Llosa alcanza un nivel de objetividad que la ideología suele obstruirle en sus ensayos políticos. Por eso su novela Tiempos Recios, además de apasionante, es profundamente reveladora del crimen que, inducido por esa multinacional facinerosa que fue la United Fruit, cometió Estados Unidos al apoyar el levantamiento militar que derrocó en 1954 a Jacobo Árbenz
La compañía bananera que ponía y sacaba presidentes en todos los países caribeños en los que operaba, financió una campaña para convencer a los norteamericanos que Juan José Arévalo y su correligionario y sucesor, Jacobo Árbenz, eran comunistas que convertirían a Guatemala en una base de la Unión Soviética.
Creer en aquella patraña llevó a Estados Unidos a financiar el derrocamiento de un demócrata, convirtiendo a Guatemala en el dominó que multiplicó golpes, revoluciones y dictaduras de izquierda y derecha en Centroamérica y el arco antillano.
Guatemala pudo ser lo que es Costa Rica desde el gobierno de José Figueres, el presidente de las grandes reformas institucionales y sociales. Tras la guerra civil de la década del 40, Figueres inició una democratización vigorosa que incluyó la abolición del ejército. Costa Rica se convirtió en una democracia modélica en toda América Latina. Pero lo que pudo sostenerse en Costa Rica, fue destruido en Guatemala en 1954.
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La deriva autoritaria guatemalteca incluyó insurgencias como el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) y dictaduras exterminadoras como la del general Efraín Ríos Mont. Hasta que llegaron los “Acuerdos de Paz Firme y Duradera” que, en diciembre de 1996, clausuraron 36 años de guerra interna.
No obstante, la democracia posterior quedó en manos de una dirigencia decadente que supuró gobiernos corruptos como el de Otto Pérez Molina, cuya vicepresidenta, Roxana Baldetti, encabezó un monumental sistema de defraudación aduanera. También fue corrupto el gobierno de Jimmy Morales, presidente que acumuló denuncias que iban desde financiación ilegal de la política hasta acoso sexual y violencia de género.
Acosado por denuncias, Morales puso fin al acuerdo con Naciones Unidas y expulsó a la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) y a su titular, el incorruptible colombiano Iván Velázquez.
El último guardián de la corrupción y la decadencia institucional fue el anterior jefe de Estado. Temeroso de que las denuncias de recibir sobornos lo sienten en el banquillo de los acusados, Alejandro Giammattei se valió de la fiscal Consuelo Porras para impedir, a como sea, que el ganador de la última elección asuma la presidencia.
Ese vencedor en las urnas, al que el autoritarismo y la corrupción intentaron derrocar antes de que asuma, es Bernardo Arévalo, hijo del presidente que inauguró la “era de oro” democrática que aplastaron la United Fruit, la CIA y el ejército guatemalteco.
Como su padre, el nuevo presidente es un académico. Si bien ocupó cargos diplomáticos en el gobierno de León Carpio, no se zambulló en la política hasta que fundó el movimiento Semilla y ocupó una banca en la anterior legislatura.
Bernardo Arévalo propuso una economía libre y sin monopolios, y una institucionalidad liberada de la corrupción endémica.
En la década del 40, contra Juan José Arévalo hubo decenas de asonadas golpistas. Al hijo intentaron impedirle asumir con denuncias estrafalarias lucubradas por los fiscales y jueces asociados a la clase dirigente corrompida. Consuelo Porras fue el instrumento que más utilizó la dirigencia para cerrarle el paso.
Pero en una tumba carnera de la historia, Washington actuó a la inversa de cómo había actuado en 1954. Y sus presiones institucionales y políticas fueron cruciales para que fracasaran las conspiraciones.
Juan José Arévalo fue parte la “Revolución de Octubre” que puso fin al injusto ancien regime imperante desde 1871, abriendo paso a la primera elección verdaderamente libre de la historia. La ganó ese académico que dio cátedra en los claustros universitarios donde enseñó filosofía y también en la presidencia. Fue Juan José Arévalo quien le enseñó a la inmensa mayoría de etnia maya, que tenía derecho a elegir libremente sus gobernantes y controlarlos a través de los poderes Legislativos y Judicial. Le enseñó también que los latifundistas y la multinacional bananera United Fruit no tenían derecho a oprimirla y marginarla de la “cosa pública”.
Durante su mandato impulsó las reformas de espíritu socialdemócrata que continuó su sucesor, Jacobo Árbenz.
Ambos pusieron a Guatemala en el camino que la sacaría del autoritarismo latifundista y la llevaría a una democracia moderna con economía de mercado.
Pero el derrocamiento de Árbenz en 1954 convirtió en dictador a un personaje obscuro: el coronel Castillo Armas.
El país que podría haber irradiado su democracia a toda la región, terminó obstruyendo las posibilidades de democratización y modernidad en el resto de Centroamérica y el Caribe.
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Bernardo Arévalo nació en Montevideo porque la dictadura iniciada en 1954 condenó a su padre al exilio. Estudió sociología y estuvo al margen de la política hasta hace pocos años, cuando fundó Semilla y ocupó un escaño en el Congreso, desde el cual denunció la corrupción sistémica y explicó cómo funciona. Por eso fue el blanco de la clase política corrompida y corruptora de las instituciones.
Hasta el último segundo el establishment que lleva décadas carcomiendo la economía y las instituciones, intentó impedir que Bernardo Arévalo asumiera la presidencia.
Como su principal proyecto de gobierno es extirpar la corrupción, desde que venció en el ballotage a la populista de izquierda Sandra Torres llovieron recursos judiciales intentando invalidar la elección presidencial con argumentos inverosímiles. Y hasta el último momento hubo iniciativas legislativas para impedir que asuma el cargo. Pero, esta vez, Estados Unidos actuó al revés de cómo lo había hecho al apoyar el derrocamiento de Árbenz en 1954 y presionó para que pueda asumir el líder socialdemócrata.
En un giro benévolo de la historia, Arévalo alcanzó el cargo que había honrado su padre. El conservadurismo golpista que inició en Guatemala la trágica deriva caribeña y centroamericana, plagada de guerrillas, revoluciones y dictaduras de izquierda y derecha, finalmente entregó el poder a un auténtico liberal-demócrata. Al menos en el capítulo que acaba de comenzar, la historia guatemalteca se redime.