Demasiadas cosas graves ocurrieron en demasiado poco tiempo. El primer año de la gestión del primer presidente izquierdista que tiene Colombia, deja un saldo negativo por razones diversas.
Es difícil establecer cuál de los casos que impactaron en la imagen de Gustavo Petro, ha sido el más grave.
En lo político, fue gravísimo que cambiara doce ministros en los primeros doce meses de gobierno. Un ministro por mes constituye un récord insólito que revela alarmantes niveles de inestabilidad y de improvisación.
Que en un lapso tan breve haya tenido que reemplazar al 63 por ciento del gabinete, pone en duda la capacidad del presidente para formar equipos de gobierno.
También generó dudas la dificultad para implementar políticas como la tan anunciada “Paz Total”. Por cierto, nadie espera que resulte fácil negociar con organizaciones armadas carcomidas moralmente por sus negocios con el narcotráfico, como las disidencias de las FARC y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Aún así, es una muestra de negligencia no haber tenido en cuenta, por ejemplo, la organización dispersa y anárquica del ELN, un verdadero monstruo de muchas cabezas que hace difícil a los comandantes de los distintos bloques ponerse de acuerdo entre ellos, sobre todo en algo tan complejo como desmantelar un aparato militar que produce millones de dólares en sociedad con el narcotráfico.
Por cierto, la pasmosa lentitud de las negociaciones para alcanzar la anunciada “paz total” es una de las cuestiones que afectaron negativamente la imagen del presidente. Pero al mayor impacto negativo lo tuvieron los escándalos vinculados con la presunta financiación ilegal de la campaña que llevó a Gustavo Petro a la presidencia.
Como dirigente opositor, el ex integrante de la guerrilla M-19 había sido un denunciador serial de corrupción en los gobiernos de Alvaro Uribe, Juan Manuel Santos e Iván Duque. La severidad que tuvo para hurgar en las gestiones anteriores buscando negocios turbios, ahora se ha vuelto contra él y, a poco de haber comenzado este gobierno, encuentra su talón de Aquiles: la presunta financiación ilegal de la campaña electoral, incluyendo dinero del narcotráfico y el involucramiento de un hijo del presidente.
El escándalo por la desaparición de un maletín repleto de dólares en la casa de la jefa de Gabinete presidencial, Laura Saravia, quien para colmo se habría valido de funcionarios de seguridad para someter ilegalmente a la niñera de su hogar a un polígrafo.
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Ese detector de respuestas corporales de una persona interrogada, normalmente usado en investigaciones policiales para saber si el interrogado miente o no, puede aplicarse en determinadas circunstancias y con las autorizaciones que se requieren. Por eso constituye delito que la entonces jefa de Gabinete haya sometido a su niñera a un interrogatorio ilegal, en el desesperado intento de recuperar un dinero de procedencia dudosa.
Ese caso, que involucra también al ex embajador colombiano en Venezuela, Armando Benedetti, además comprometido por escuchas que revelan otros posibles aportes ilegales millonarios a la campaña de Petro, incluyó la muerte por suicidio de un oficial policial. El teniente coronel Oscar Dávila, miembro de la seguridad presidencial, se quitó la vida al ser salpicado por el escándalo del maletín con dinero que determinó la salida del gobierno de la hasta entonces poderosa jefa de Gabinete.
Se pensaba que ningún escándalo peor podía infligir un daño mayor a la imagen de Gustavo Petro en lo que queda del año, pero habló la ex nuera del presidente y sus revelaciones motivaron la detención de su hijo, Nicolás Petro, quien en sus primeras declaraciones reveló que había recibido aportes millonarios de parte de jefes narcos y que se quedó con una parte de esos aportes, destinando otra parte a la campaña electoral de su padre.
Quizá, como ha asegurado Nicolás Petro en sus declaraciones, el padre nada sabía sobre la procedencia de ese dinero que entró en su campaña. Ese desconocimiento lo salvaría de un impeachment. No obstante, que el hijo del presidente haya revelado que se enriqueció de manera ilegal con esos aportes clandestinos, una parte de los cuales financiaron la campaña electoral, parece la mancha más oscura en la imagen de Gustavo Petro. Sin embargo, al acto más oscuro ocurrido en este primer año de gestión no lo cometió su primogénito, sino el propio presidente cuando dijo públicamente “yo no lo crié”.
Por cierto, un padre no tiene por qué ser cómplice de un hijo si éste comete actos graves. Pero oscureció aún más la imagen de Gustavo Petro aparecer explicando que, si bien Nicolás es su hijo mayor, nunca habían vivido juntos.
Pocas cosas suenan más deplorables que un padre relativizando la relación con un hijo. El “yo no lo crié” sonó a la negación de un hijo, cuyo presunto acto de corrupción no altera ese vínculo. Como si dijera “Nicolás es mi hijo, pero no tanto”.