Las despedidas nunca fueron fáciles para mí. Quizás he tenido demasiadas en mi vida y eso me volvió vulnerable. Si veo un hijo que se abraza con su padre para ir en un rumbo diferente, no puedo contener las lágrimas. Es inevitable. Mi memoria emotiva me ubica en ese lugar justo antes de subirme a un colectivo de larga distancia y llorar exactamente hasta Río Cuarto desde la terminal de Santa Rosa, La Pampa.
Despedir a Gustavo Tobi me genera la misma sensación. Sin embargo, sólo estará a un par de cuadras del canal. ¿Por qué la angustia entonces?
Quizás porque el primer día que lo conocí me recibió con una sonrisa y no todos lo hicieron. Porque el día que se enteró que iba a ser mamá por primera vez, me abrazó fuerte. Fue de las pocas veces que lo ví con los ojos enrojecidos.
Porque recuerda el nombre de Juan y Pedro y les hace preguntas sobre cosas que yo cuento al pasar pero que él registra y usa tiernamente para entablar conversación con esos pequeños que siempre me dicen lo mismo: “Tobi es como un gigante mamá”. Sí, lo es.
Y también porque la primera vez que tuve que realizar funciones de conductora fue al lado suyo y no tuvo más que palabras de aliento y contención.
Yo estaba tan nerviosa que no podía sostener un papel sin que pareciera que nos afectaba un terremoto. Él detuvo el tsunami.
Somos diferentes, crecimos en mundos distintos y nos separan casi 30 años de diferencia. Pero eso jamás fue una distancia o motivo de diferencia. Al contrario.
Creo que la palabra correcta no es angustia, es añoranza, esa memoria emotiva que nos permite recordar aquello que quisiéramos tener aquí y ahora pero no podemos. Eso es lo que vamos a sentir a partir de hoy cada vez que Tobi no esté en El Doce.
A ustedes les cuesta imaginar el canal sin él. A mí también.
Y la despedida es en este contexto tan particular, que nos moviliza de múltiples maneras a todos en tiempos de encierros y distancias.
La vida nos sigue regalando señales en tiempos de aislamiento.
Esta semana, a más de dos meses de la cuarentena y cuando el nivel de extrañamiento hacia mi familia llegaba a sus niveles más altos, llegó a casa una encomienda.
La palabra encomienda se asocia a la felicidad en una caja. Pueden dar fe aquellos estudiantes que nos tocó vivir solos y lejos de la familia y recibíamos el mágico aporte.
Yo hacía casi 20 años que no recibía una encomienda con comida casera, pastas, dulces y esas empanadas que tienen un sabor único, diferente a todo, imposible de conseguir en otro lugar. Empanadas con gusto a hogar.
Por eso me puse a pensar en las señales de la vida en cuarentena. Caja, magia, despedida de Gustavo.
Y se me ocurrió pensar que le podría pedir a Tobi que nos mande en una encomienda al canal cuando empecemos a extrañarlo. ¿El contenido? Una buena charla, una historia larga de las que traen dos o tres anécdotas divertidas, un café recién hecho, como el que nos preparaba cada mañana en la redacción, un saco bien elegante con una corbata a tono, una idea para mejorar el noticiero, un título perfecto para la historia del día, un consejo para mantener la calma, unos minutos para contarle sobre mis hijos, un regalito dulce como el que nos traía para alegrarnos la mañana, una cana (si no le duele), una sonrisa, un abrazo y su voz diciendo: “Ha sido un gusto informarlos”. Como las empanadas de mi mamá, eso también tiene gusto a Canal Doce.
Hoy lo vamos a ver por última vez como conductor de Noticiero Doce y paradójicamente esa es su felicidad en una caja. O parte de ella. Estuvo metido ahí, en la tele, los últimos 50 años de los 60 que cumple el canal. Desde el pequeño aparatito en blanco y negro sin definición hasta la transmisiones vía streaming en ElDoce.tv.
Cuando anunció su despedida de Noticiero Doce dijo: “No me voy a retirar del periodismo”. Eso esperamos, te tomamos la palabra y esta vez nos toca a nosotros decirte: “Ha sido un gusto, un verdadero gusto”.