Xiomara Castro actuaba en el Partido Liberal, de hecho había impulsado la rama femenina, pero al mayor caudal de su energía lo ponía en la administración de empresas familiares.
El derrocamiento de su marido la llevó al protagonismo político. Ella organizó la multitudinaria marcha del 2009 en Tegucigalpa en reclamo del retorno de Zelaya al país y al poder. También enfrentó al gobierno de facto que encabezó Roberto Micheletti, el diputado del Partido Liberal que junto con las cabezas del Poder Judicial y del ejército orquestó el golpe de Estado contra su correligionario.
Xiomara Castro separó a los “zelayistas” y creó, con su esposo, el partido Libertad y Refundación, más conocido por su sigla: Libre.
En tándem con el periodista Salvador Nasralla, que creó un partido anti-corrupción, fueron la oposición al gobierno conservador de Porfirio Lobo. Fue candidata a presidenta en el 2013, perdiendo la elección que llevó a la presidencia a Juan Orlando Hernández. Fue candidata a vicepresidenta (en Honduras el cargo se llama “designada presidencial”) de Nasralla en la elección siguiente, que volvió a ganar Juan Orlando Hernández. Y en la elección de noviembre del 2021, volvió a encabezar una fórmula y Nasralla fue su candidato a vice. Ganó, y ahora Honduras tiene la primer presidenta mujer de toda su historia, y la cuarta en América Central junto a la nicaragüense Violeta Chamorro, la panameña Mireya Moscoso y a la costarricense Laura Chinchilla.
Xiomara Castro quedará también en la historia como la primera líder que logró romper el bipartidismo. Con ella llegó al poder un partido que no es ni el Partido Liberal ni el Partido Nacional, equivalentes centroamericanos a lo que representan el Partido Demócrata y el Partido Republicano en los Estados Unidos.
La centroizquierda llegó por primera vez a la presidencia en la última década del siglo XIX, con Policarpo Bonilla, el fundador del Partido Liberal. De esa centroizquierda surgió el partido izquierdista que llevó a Xiomara al cargo que le habían arrebatado a su marido. ¿Significa eso que Honduras virará hacia una izquierda ideológica que intente reemplazar la institucionalidad republicana como lo hizo Hugo Chávez en Venezuela? ¿Intentará retomar el rumbo al que apuntó su marido al incorporar Honduras al ALBA, la alianza de gobiernos que recibían petróleo venezolano subsidiado si se alineaban bajo el liderazgo regional de Chávez?
En la lista de invitados a la asunción presidencial parece estar la señal del rumbo que tomará Honduras. Pero a esa señal ¿la da la presencia de la vicepresidenta norteamericana Kamala Harris, el rey de España Felipe VI y el vicepresidente de Taiwán? ¿O está en las presencias de Cristina Kirchner y Evo Morales?
Que entre los invitados a la asunción presidencial haya figurado el populista de derecha Nayib Bukele, adicto a la represión con mano dura en El Salvador, y también el premio Nobel de la Paz argentino Adolfo Pérez Esquivel, muestra una heterogeneidad que desalienta interpretaciones.
Tampoco da una señal unívoca que confluyan en Tegucigalpa presidentes de centroizquierda como Lula y Dilma Rousseff, junto con figuras más ideologizadas como la vicepresidenta argentina y el ex presidente boliviano.
Lo que parece revelador es que no hayan sido invitadas las máximas figuras de los regímenes que imperan en Venezuela, Nicaragua y Cuba. Por Venezuela, acudió la hija de Hugo Chávez, pero no fue invitado Nicolás Maduro ni Diosdado Cabello ni la vicepresidenta Delcy Rodríguez. Tampoco fue invitado el déspota nicaragüense Daniel Ortega ni la vicepresidenta Rosario Murillo. Por Nicaragua acudió el canciller Denis Moncada.
Con Kamala Harris como figura estelar, la postal de Tegucigalpa contrastó con la de Managua al reasumir Ortega flanqueado por Maduro, el presidente cubano Díaz Canel y el vicepresidente iraní para Asuntos Económicos y responsable de la masacre en la AMIA, Mohsen Rezai.
Si a eso se suma la bancarrota en la que cayó PDVSA por regalar petróleo para financiar la construcción de liderazgo de Chávez más allá de Venezuela, la conclusión es que no hay motivos para que Xiomara Castro retome el trayecto que había iniciado su aparatoso y demagógico marido, cuya deriva en absoluto justifica el golpe de Estado que lo derrocó, iniciando una década de corruptos y calamitosos gobiernos conservadores.
La otra razón es que la administración Biden apoyó la campaña electoral de la nueva presidenta.
El secretario de Estado adjunto para Asuntos del Hemisferio Occidental, Brian Nichols, fue a Honduras a mostrar el apoyo de la administración demócrata. Después hizo lo mismo Uzra Zeya, subsecretaria de Estado para Seguridad Civil, Democracia y Derechos Humanos.
La razón inicial de ese respaldo norteamericano está en las sospechas de la CIA y de la DEA sobre posibles vínculos de Juan Orlando Hernández con carteles de la droga. De hecho, el hermano del dirigente conservador que acaba de dejar la presidencia está preso por narcotráfico en Estados Unidos.
Pero además de la corrupción y los vínculos mafiosos de Hernández, el gobierno norteamericano parece confiar en Xiomara Castro, apostando a que intentará transitar un camino de reformas como el que está planteando Gabriel Boric para Chile: que no implique modelos autoritarios de poder ni culto personalista ni economías estatistas que no sean sustentables.
En síntesis, un progresismo institucionalista de corte liberal-demócrata.