Al crear Ansarolá (partidarios de Dios) los hutíes pusieron como consigna de guerra “Dios es grande, muerte a Estados Unidos, muerte a Israel, maldición a los judíos y victoria del Islam”.
Ese slogan va más allá del remanido “muerte a Israel”, al proclamar su “maldición a los judíos”. Un caso único de sinceramiento explícito de ese instinto brutal que es el antisemitismo y toda forma de racismo. No sólo se proponen luchar contra un Estado (Israel) sino contra una etnia que vive en ese Estado y en buena parte del mundo: los judíos.
El antisemitismo de los hutíes y el hecho de ser parte del dispositivo anti-israelí montado por Irán en los países árabes, los introdujo en el conflicto de un modo que podría enfrentarlos a la coalición multinacional que está armando Estados Unidos para asegurar el tránsito de los buques cargueros en el Mar Rojo.
Cuando la milicia armada y adiestrada por Irán empezó a atacar a los buques cargueros que atraviesan el Mar Rojo, apareció una zona roja más en el mapamundi del Pentágono. Mientras realiza maniobras aéreas con Corea del Sur y Japón como respuesta al disparo de un misil intercontinental norcoreano, y empieza a analizar posibles respuestas a una invasión china a Taiwán, como le adelantó que ocurriría el mismísimo Xi Jinping a Joe Biden en la cumbre realizada en California, la Casa Blanca da un paso más en su involucramiento militar en Oriente Medio a raíz de los misiles y drones lanzados por los hutíes para paralizar el tráfico en el Mar Rojo.
El tan temido Big Bang del conflicto en Gaza podría detonar la peor de las conflagraciones en el rincón menos pensado del Oriente Medio: Yemen.
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No debe sorprender que el conflicto entre Israel y Hamas se extienda al Mar Rojo y a ese país del sur de la Península Arábiga. Pero por las cercanías geográficas, era de esperar que la guerra desbordara el escenario israelo-gazatí desde el sur del Líbano, donde podía escalar un conflicto mayor con Hezbolá, o en Irak y Siria, a través de las milicias pro-iraníes que atacan blancos norteamericanos en esos países gobernados por aliados de Irán.
Sin embargo, Hezbolá se ha limitado hasta ahora a acciones breves y limitadas, mientras que una milicia étnica que ni siquiera controla todo el territorio yemení, sino menos de una tercera parte, es la que podría escalar el conflicto hasta niveles impredecibles.
Cuando en 1990 se levantó en armas el jeque yemení Hussein Badreddin al Houti contra el gobierno corrupto de Alí Abdalá Salé, nadie imaginaba que su milicia tribal podría estrangular el comercio marítimo mundial apretando la yugular geográfica del Mar Rojo: el estrecho de Bab el-Mandeb.
Los hutíes son una minoría étnica cuya filiación zaedí, que es una rama del chiísmo, permitió tejer un vínculo con la teocracia chiita de la República Islámica de Irán, que el general Qassem Suleimani convirtió en un vínculo militar vigoroso.
Cuando murió desintegrado por un misil norteamericano en Bagdad, el general Suleimani, comandante de la Fuerza Quds, ya había convertido a los hutíes de Yemen en una fuerza militar poderosa.
Arabia Sudita y Emiratos Árabes Unidos enviaron sus ejércitos de tierra y aire a combatirlos para salvar al arrinconado régimen sunita, pero no sólo no pudieron vencerlos sino que, además, los hutíes consolidaron y hasta ampliaron sus dominios en porciones del territorio yemení. Conquistaron la capital, Saná, y una porción territorial cercana a la desembocadura del Mar Rojo.
Las milicias hutíes ya habían mostrado poderío con el moderno armamento que recibe de Irán. Con drones y misiles atacó las refinerías de ARAMCO, la petrolera saudí, y algunos puntos militares en Arabia Saudita. Y al estallar el conflicto en la Franja de Gaza, ampliaron su radio de guerra lanzando misiles y drones explosivos contra los buques cargueros que atraviesan Bab el-Mandeb, llegando desde o yendo hacia el Canal de Suez.
Por esa yugular geográfica atraviesa el 12 por ciento del volumen de comercio mundial, por eso el desquicio que están produciendo sus ataques es de alcance global.
Cuando compañías como Maersk, Hapag-Lloyd, MSC y CMA-CGM, que están entre las principales navieras portacontenedores del mundo, suspendieron sus viajes por el Mar Rojo, quedó en claro la gravedad del desafío que plantean los hutíes.
Como transitar desde el Mar Arábigo hacia el Mediterráneo a través del Cabo de Buena Esperanza, en lugar de hacerlo por el Canal de Suez, alarga significativamente el recorrido y, por ende, aumenta los costos en combustibles, salarios y seguros, se incrementan fuertemente los precios de los productos transportados.
La milicia yemení se sumó al conflicto de la Franja de Gaza diciendo que no detendría sus ataques a los buques de carga hasta que Israel cese su guerra contra Hamas.
Esa vía marítima ya causó una guerra. En 1956, cuando el líder egipcio Gamal Abdel Nasser lo nacionalizó, Gran Bretaña y Francia atacaron a Egipto, iniciando una guerra a la que se sumó Israel y concluyó por exigencia del presidente norteamericano Eisenhower.
En este caso, una coalición encabezada por Estados Unidos envía fuerzas navales para proteger los buques cargueros. Si los hutíes cumplen su advertencia de continuar los ataques apuntando también a las naves de la coalición, entonces estallaría un conflicto que podría acabar con el desembarco de marines en la costa de Yemen sobre el Mar Rojo. Y allí comenzaría otra guerra, que podría parecerse a la produjeron Bush Jr. y su secretario de Defensa Donald Rumsfeld al invadir Irak.
Aquel conflicto acabó con el régimen sicópata de Saddam Hussein, pero también convirtió Irak en un agujero negro que supuró guerra y terrorismo durante décadas y, finalmente, se alineó con el régimen de los ayatolas chiitas que impera en Irán.