¿Qué muestra un extraño canje de prisioneros en el que se intercambian un traficante de armas que llegó a ser llamado el “mercader de la muerte” y una basquetbolista encarcelada por algo que ni siquiera debiera ser considerado un delito? Muestra que hay una diferencia moral entre quien entregó al traficante de armas a cambio de la basquetbolista y quien entregó a la basquetbolista a cambio del traficante de armas.
Al menos en este caso, Joe Biden actuó con fines más humanitarios que tácticos y estratégicos, mientras que Vladimir Putin lo hizo de manera inversa.
Brittney Griner es una estrella afroamericana del básquet. Fue detenida en Rusia por ingresar a ese país con unos gramos de aceite de cannabis, cuya posesión justificó en una prescripción médica pero probablemente inhalaba con un vaporizador. Se la juzgó como a una criminal y se la condenó a nueve años de prisión.
La esposa de la deportista pidió con desesperación a la Casa Blanca que hiciera lo posible para que pueda regresar a los Estados Unidos. Y lo que hizo el jefe del Kremlin fue aceptar liberarla, pero a cambio de que el gobierno norteamericano enviara a Moscú al traficante de armas ruso Viktor Bout.
La propuesta de Putin para entregar a la joven encarcelada por un frasquito de aceite de cannabis, revela la intención de la absurda condena a nueve años de prisión. Brittney Griner no estaba presa, sino que era una prisionera. Los presos cumplen condenas por delitos, los prisioneros son “enemigos” o representan algo sensible para imponer condiciones a un enemigo.
No hay correlación alguna entre los intercambiados. Una deportista que se hizo conocida en el mundo del básquet por ser dos veces medallista olímpica, y un ex coronel del ejército soviético que cobró notoriedad entre los servicios de inteligencia del mundo porque amasó una fortuna gigantesca vendiendo armamentos a estados forajidos, a milicias criminales y a organizaciones terroristas.
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Para que el canje no fuese tan desequilibrado, Joe Biden pidió que, además de Brittney Griner, el Kremlin liberara y dejara regresar a Estados Unidos al empresario Paul Whelan, directivo de una compañía de Michigan encarcelado en Rusia desde el 2018, bajo cargos de espionaje que su familia y el gobierno norteamericano rechazan.
Putin pidió que, a cambio de Whelan, Estados Unidos libere un espía ruso. Pero como Washington dijo que no tiene ningún ruso preso por espionaje, el empresario de Michigan quedó fuera del canje y su caso pareció probar que Putin lo quiere conservar para negociarlo cuando Estados Unidos capture y encarcele por espionaje a un ruso.
Lo indiscutible es que, más allá de que el rigor de las leyes rusas respecto al cannabis adquieren rasgos autoritarios, Vladimir Putin tuvo a una basquetbolista encarcelada y con una condena desmesurada sólo para contar con un instrumento que le permita negociar la entrega de un traficante de armas que amasó una fortuna abasteciendo a verdaderos aparatos de exterminio.
Muchos de los armamentos que vendió Viktor Bout se usaron para matar a soldados norteamericanos. Por eso la decisión que debía tomar Biden era dramática. Estaba ante un dilema espantoso: aceptar el chantaje de Putin y liberar al responsable de una actividad criminal para conseguir la liberación de una joven cuyo “delito” ni siquiera tiene aspecto de delito y no provocó daño alguno absolutamente a nadie.
Ante la historia, Joe Biden deberá responder por su aprobación como senador a una invasión injustificada que provocó desastres humanitarios, como la que llevó a cabo George W. Bush en Irak. Pero en el inconcebible canje de la basquetbolista por el “mercader de la muerte, Biden se mostró moralmente por encima de Vladimir Putin, quién también deberá responder ante la historia por acciones criminales como la guerra impuesta a Georgia, los bombardeos de saturación sobre Chechenia y la devastación de Alepo en el conflicto de Siria, además, por supuesto, de la muertes, padecimientos y destrucción que está provocando la invasión a Ucrania.