Hace más de dos décadas que Benjamín Netanyahu se adueñó de la derecha dura. La prioridad de los “halcones” es geopolítica y trabajan por la destrucción de los acuerdos negociados en Oslo y anunciados en la Conferencia de Madrid para alcanzar el Eretz Israel, abarcando la totalidad de la antigua Samaria y Judea, casi la totalidad de Palestina.
Pero si bien Netanyahu aborrece los acuerdos de paz y lleva mucho tiempo abocado a asfixiar a la Autoridad Nacional Palestina (cuya debilidad también tiene que ver con sus propias contradicciones, corrupciones y turbulencias internas) y a promover la construcción de asentamientos en Cisjordania, su prioridad al formar la actual coalición de gobierno es detener el avance de los procesos judiciales en su contra por actos de corrupción que incluyen sobornos, fraude y abuso de confianza.
La preocupación de muchos israelíes es que Netanyahu se está convirtiendo en una versión judía de Recep Erdogán, el presidente de Turquía que fue reformulando la república creada por Mustafá Kemal Atatürk, para someterla a un poder híper-personalista y despótico.
La Israel secular y liberal-demócrata, contracara de la que expresan los partidos religiosos, está en las calles desde que el gobierno extremista que encabeza el líder del Likud proclamó una reforma judicial, a la que ven como el ariete para derribar la democracia y comenzar el reemplazo de las leyes seculares por otras inspiradas en el Talmud y demás textos sagrados.
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La otra pregunta que va creciendo es si el que decide en el gobierno es el primer ministro, o si está siendo sometido por los socios ultra-religiosos de su coalición. Cada vez son más los miembros del Likud que ven a su líder manejado como un títere por los partidos extremistas con los que formó gobierno.
En principio, se considera que Netanyahu lo que busca es controlar a la máxima instancia del Poder Judicial para librarse de los procesos en su contra, pero sus socios en el gobierno lo que quieren es la construcción de un Estado más parecido a las teocracias que abundan en Oriente Medio y menos a las democracias del norte occidental.
El partido de los sefaradíes ortodoxos, Asociación Internacional de los Sefaradíes Observantes de la Torá (Shas), ya había integrado coaliciones de gobierno, tanto de centroderecha como de centroizquierda. Pero la coalición que formó Netanyahu para recuperar el gobierno incluye a fuerzas extremistas como Judaísmo Unido de la Torá, Sionismo Religioso, Noam y Poder Judío.
Forman parte del gabinete el ultranacionalista Bezalel Smotrich, el racista anti-árabe Itamar Ben Gvir y el homófobo Avi Maoz, además de una caterva de fanáticos religiosos.
Es cierto que el Poder Judicial tiene un margen de injerencia en los asuntos políticos que resulta discutible. Pero la Israel secular, en la que muchos entienden que la cuestión de la Justicia debe debatirse, sabe que no es un gobierno extremista de perfil teocrático, encabezado por un derechista con menos escrúpulos que sed de poder, el que construirá un equilibrio de poderes mejor que el que ha existido en los 75 años de historia israelí. Todo lo que haya para discutir respecto a la corte suprema de justicia, no paraliza a una sociedad que ve un peligro para la libertad y la democracia en la que ha vivido desde la fundación del Estado judío.
Por eso las calles han estado colmadas de manifestantes desde el anuncio mismo de la controversial reforma judicial. Esas multitudes enfrentaron la represión, lograron que Netanyahu la congelara y, cuando usó un operativo militar anti-terrorista en la ciudad cisjordana de Jenin, que tuvo una magnitud nunca antes de vista, para que sirva de cortina que tape el relanzamiento de la reforma, las multitudes volvieron a las calles.
En las vísperas de la votación en la Knesset, se vio otra postal inédita: una marcha masiva de decenas de kilómetros hacia Jerusalén. Y aprobada la reforma por las bancadas oficialistas, la protesta prosiguió.
El mundo no había visto protestas de esa envergadura en Israel. Nunca se habían producido presiones internacionales contra políticas internas del Estado judío que no estuvieran referidas a la cuestión palestina. Esta vez, las potencias occidentales presionaron contra la reforma judicial del gobierno.
No es común que los militares se expresen contra una política de gobierno, sin embargo está ocurriendo con la reforma de Netanyahu que debilita el Poder Judicial. Además de las persistentes manifestaciones, hay huelgas de médicos y de otros sectores. Tampoco se habían visto los niveles de represión alcanzados.
La deplorable novedad de la cual tanto las inéditas protestas masivas como la dura respuesta represiva son las consecuencias, es que por primera vez en la historia del Estado judío hay un primer ministro embistiendo contra las barreras institucionales con el visible objetivo de convertirse en un autócrata, y hay un gobierno empeñado en reemplazar la democracia secular por un régimen autoritario de carácter religioso, ultranacionalista y ultraconservador.