La teocracia chiita jamás permitió venerar ninguna figura viviente que no sea el ayatola que ocupa la cumbre del poder en Irán. El general Qasem Soleimani había logrado el extraño privilegio de ser admirado hasta niveles de veneración. Se había convertido en una versión iraní de lo que fue el general Vanguyén Giap, el genial estratega de los Viet Minh que vencieron a los franceses en Dien Bien Phu, y luego del régimen norvietnamita y de los vietcong que vencieron a los norteamericanos en Vietnam del Sur.
Por eso peregrinaban multitudes hacia su mausoleo al cumplirse el cuarto aniversario de su muerte, desintegrado por un dron norteamericano en Bagdad.
Al acercarse al cementerio de la ciudad de Kermán donde están los restos del general que comandaba la Fuerza Quds, hubo dos inmensas explosiones que mataron a más de un centenar de personas, dejando malheridas a varios centenares más. Sería el peor atentado terrorista ocurrido en la República Islámica de Irán, y la primera sospecha del régimen iraní apuntó hacia Israel y Estados Unidos.
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El régimen de los ayatolas tiene enemigos internos que cometen ataques, sabotajes y también atentados terroristas. Por caso la insurgencia separatista de Baluchistán, activa en el este del país, y los militantes kurdos en el norte y el oeste.
Como comandante del cuerpo de elite de la organización militar Guardianes de la Revolución que planifica y ejecuta acciones en el exterior, la Fuerza Quds, el general Soleimani diseñó milicias y estructuras terroristas árabes que responden a los intereses de Teherán: las agrupaciones armadas alauitas que defienden al régimen de Al Asad en Siria; Hezbolá en el Líbano; Hashd al Shaabi (Fuerzas de Movilización Popular) en Irak, las milicias hutíes en Yemen y Hamás en la Franja de Gaza y Cisjordania.
También armó grupos terroristas en países no árabes, como Liwa Fatemiyoun, en Afganistán, y Zaneiboyoun, en Pakistán. Por lo tanto detrás del atentado podrían estar grupos afganos y paquistaníes enemigos de las milicias que en sus respectivos países armó Suleimani.
Pero el poderoso dispositivo árabe que montó Soleimani tiene como enemigo principal a Israel. Por esa razón tuvo lógica sospechar que Trump, por entonces presidente de los Estados Unidos, ordenó asesinar a la máxima figura militar de Irán por pedido del gobierno israelí.
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Que tenga lógica sospechar de Israel no significa que haya certeza de que esté detrás de lo que sería el más devastador atentado de la historia de Irán, con un saldo en víctimas fatales equiparable a mega-atentados como el perpetrado en 1983 por atacantes suicidas del grupo Yihad Islámica con camiones bombas contra los cuarteles de Estados Unidos y de Francia en el Líbano, sumando más de 300 muertos entre militares norteamericanos y franceses.
Los resabios de ISIS y de otros grupos armados sunitas de Irak son enemigos de las milicias que organizó Soleimani en el escenario iraquí y tienen un largo historial de masacres perpetradas contra la comunidad chiita de ese país árabe. La modalidad de explosiones devastadoras en medio de marchas multitudinarias se utilizó muchas veces contra procesiones chiitas en festividades religiosas.
Tampoco se pueden descartar los enemigos internos del régimen iraní y los talibanes que masacran a los imamíes (chiitas de Afganistán) en las provincias afganas de Herat y Farah, así como los talibanes paquistaníes y también el ejército y los aparatos de inteligencia de Pakistán.
Los enemigos son muchos, pero en este momento a Irán le interesa apuntar su dedo acusador en una sola dirección.