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En este planeta llovía unos cuantos millones años antes de que apareciera el ser humano y de que surgieran los primeros vestigios de religiones.
En Córdoba, 4.500 millones de años después de la formación de la tierra, el gobernador Juan Schiaretti anunció en la mañana de este martes formalmente que “Dios nos envió la lluvia y apagó las llamas”.
La atribución del fenómeno atmosférico a una divinidad superior es válida para cualquier creyente pero adquiere un significado especial en la palabra oficial de un gobernante.
Es que a un gobernante le asiste el mismo derecho que el de cualquier ciudadano de profesar su fe pero tiene una responsabilidades distintas a la de cualquier ciudadano.
Primer punto: gobierna para creyentes y para no creyentes. Según los relevamientos del año pasado, más de un 20 por ciento de la población no cree en la existencia de divinidad alguna y entre el 80 por ciento que cree, mucho menos de la mitad realiza prácticas religiosas con algún grado de habitualidad.
Está claro que el discurso oficial deja a mucha gente afuera.
Y no sólo a los no creyentes. Hay muchísimos cordobeses que creen en Dios pero entienden que la lluvia se produce por una serie de circunstancias meteorológicas. Su fe no les impide la visión científica.
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Tal vez, los más estudiosos podrán saber cómo es lo de ciclos climáticos, lo de los cambios de suelo, los ciclos biológicos, lo de la afectación de ecosistemas, las causas accidentales y las intencionales de los incendios, entre otras.
Y con todos esos conocimientos tal vez le pidan o agradezcan a un ser superior por la ocurrencia de tal o cual cuestión.
Está más que claro que lo religioso es un componente de lo humano y que nada tiene de malo que cualquiera practique cualquier liturgia o se exprese en ese sentido.
Pero un gobernante está obligado a dotar de una mayor amplitud a sus discursos y explicaciones oficiales.
Adjudicar la extinción de los incendios a la gracia divina es deslindar responsabilidades y cerrar el debate respecto a un tema complejo, con múltiples aristas.
Y esa es, a grandes rasgos, la línea central de acción política de la gestión provincial: no hacerse cargo de los problemas, silenciarlos, minimizarlos y evitar la confrontación pública.
Es decir, exactamente lo contrario de una conducta democrática responsable.
Todos miran al cielo
La conducta de Schiaretti es repetida en otros gobernantes y en otras fuerzas políticas. Por caso, el presidente Alberto Fernández y el intendente capitalino Martín Llaryora han tenido estos días expresiones parecidas.
El reconocimiento que le hacen las constituciones nacional y provincial a la religión católica no debe ser considerado más allá de la libertad de cultos, lejos de un Estado teocrático.
Porque a Fernández, Schiaretti, Llaryora o cualquier gobernante no los eligió Dios. Los eligieron los ciudadanos. Y deben gobernar para ellos. Y, después, hacer todas las invocaciones que consideren oportunas.
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