Tía Elda no se anduvo con vueltas. Me dijo que había visto todos los partidos del Mundial, que Bélgica era el equipo que mejor había jugado y que a los brasileños los habían eliminado por esa costumbre que tienen de sobrar las situaciones.
Pero seguro que vos querés saber qué pienso de Argentina, sobrino.
Me dijo esto y no dejó que respondiera nada. Largó su monólogo como si se tratara de una verdad irrefutable. La escuché con atención, porque si hay algo que valoro en las personas de la edad de mí tía Elda es que no tienen ni intención ni ganas de mentirle a nadie, menos a sí mismos.
Mirá, sobrino, me dijo, Uruguay, Colombia y Rusia, por ejemplo, terminaron el campeonato bastante antes del final y sin embargo los recibieron como héroes. Panamá, que salió último, festejó porque logró hacer un gol. Quiero decir con esto que el éxito o el fracaso, la felicidad o la tristeza, no dependen exclusivamente del resultado.
Siempre hablábamos con tu tío Cacho de las expectativas desmesuradas. Nosotros, por ejemplo, nos pusimos de novios para disfrutar de un verano. Y cuando nos casamos no nos prometimos amor eterno si no respetarnos el tiempo que el destino dictara. Y ya ves, vivimos juntos y muy felices cincuenta años. Porque la vida nos dio mucho más de lo que le habíamos pedido.
Estos muchachitos de la selección, y tengo que incluir al Tapia y al Angelici y ustedes los periodistas y a los hinchas, creyeron que las expectativas pueden ser infinitas. Sobrevaloraron las capacidades. Eso es lo que marca el fracaso, sobrino, no llegar al objetivo mínimo que te habías puesto. Y pavada de objetivo mínimo nos pusimos nosotros, nada más y nada menos que salir campeones. Como si no sirviera otra cosa. Qué soberbios, Jorgito. Campeones o nada. Nos pasa también en la vida.
No nos damos cuenta que los argentinos nunca estuvimos hechos para la soberbia. Lo nuestro es ir de punto, lo nuestro es empezar sin nada. Ahí aflora la verdadera argentinidad, sobrino, cuando aprendemos de la humildad de saber que nos falta mucho, que tenemos poco, cuando sentimos tenemos que probarle al mundo nuestra valía en la adversidad.
Pero una vez ganamos un campeonato mundial, y otro ahí cerquita, y como cuando teníamos trigo para alimentar al mundo nos sentimos como el trapecista del circo, que el mundo pagaba la entrada para vernos a nosotros. Ahí perdimos la esencia y el rumbo. Porque no sabemos administrar lo que nos sobra. Nosotros derrochamos las cosas cuando creemos que tenemos suficiente.
Esta columna fue publicada en el programa Córdoba al Cuadrado de Radio Suquía – FM 96.5 – Córdoba – Argentina.