La emergencia sanitaria por el coronavirus viene acompañada de una inquietante plaga de políticas y gestos sociales autoritarios. En nombre de la lucha contra la pandemia se suceden las situaciones incompatibles con la vida democrática y con los más elementales derechos constitucionales.
El aire fascistoide se manifiesta de distintas maneras. Podemos hacer un punteado de los últimos días:
–Los escraches vecinales al personal de salud o a supuestos contagiados de coronavirus.
–La idea del gobierno porteño del permiso especial a los mayores de 70 años, una aberrante subestimación de su capacidad para decidir sobre sí mismos.
–La propuesta del mandatario jujeño de poner una faja en la puerta de la casa de quienes deben cumplir aislamiento total, descartada tras recibir una saludable oleada de críticas por el propio Gerardo Morales.
–Los bloqueos ilegales dispuestos por varios municipios en todo el país, como el caso de Yacanto de Calamuchita, que tuvo que sacar las barricadas en su ruta de acceso luego de una orden judicial.
–La difusión que se le dio desde la cuenta de Twitter del presidente Alberto Fernández a un agravio discriminatorio hacia un periodista crítico, Jonatan Viale, que mereció un pedido de disculpas a medias del propio mandatario.
–Los llamados gubernamentales a denunciar "sospechosos".
--El tono del discurso oficial del gobierno nacional del "vamos ganando", un supuesto sostenido en base a falacias estadísticas. Supuesto sobre el cual, aún si fuera real, convendría por decoro no hacer alaraca.
–La seguidilla de excesos policiales durante los controles en el cumplimiento de la cuarentena, el ejemplo más evidente de los riesgos que se corren en tiempos de libertades tan limitadas.
Debates
El objetivo de frenar la propagación del nuevo virus es compartido. Pero eso no debería bloquear el debate, impedir que indaguemos en torno al sentido o la validez de algunas de las severas restricciones implementadas.
Por ejemplo: ¿es correcto el protocolo aplicado para las catorce personas que viajaban en un colectivo del transporte urbano de Córdoba donde una pasajera se descompuso? ¿Era necesario desviar su recorrido e imponerles largas horas de trámites y controles a todas?
O, volviendo a las características particulares de la versión argentina del confinamiento, ¿no hubiese sido más lógico permitir que los ciudadanos puedan salir a hacer ejercicio, con la indicación de respetar el distanciamiento personal? ¿Qué secuelas tendrán los niños enclaustrados por más de un mes, miles de ellos sin siquiera la posibilidad de asomarse a un balcón o un patio?
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Párrafo aparte para la parálisis del Congreso de la Nación, que incumple hasta su indispensable función de validar los decretos presidenciales. Y para la hibernación casi total del Poder Judicial. Vacaciones pagas para la mayor parte de los planteles de dos poderes sin los cuales la República no es tal.
La cuarentena casi total indefinida en la que estamos, que viene gestando la crisis económica y social más grande de la que tengamos memoria, parece propiciar todo tipo de excesos autoritarios.
Conviene ir encendiendo alarmas, para que esta suerte de revival fascistoide sea sólo una anécdota en el marco del desconcierto desatado por la emergencia sanitaria.