La mujer sin techo me dijo “yo vivo en una mansión”.
Yo miré el techo de su mansión y ya no estaba.
El viento se llevó las chapas y a las chapas que se llevó el viento se las robaron otros de una miseria mayor.
La mujer sin techo dice que alquila su casita. Hoy sin techo, parece un baldío. No sé si ayer, antes del viento frío, era todo tan distinto. Para ella sí. Anoche estaba abrazada a su bebé de un mes. Los otros tres chicos estaban en la piecita del lado. De pronto se quedó mirando el ventarrón que los dejaba otra vez en la calle, a la intemperie de la pobreza más extrema.
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Daniela tiene 28 años, cuatro hijos viven con ella, el quinto ya no. “Soy buena madre, yo sé que les doy lo mejor que puedo”, lo dice y se trepa las paredes enclenques que tienen las tormentas contadas. Ata las chapas que quedan para no perderlas y los chicos abajo juegan entre los escombros que son la mansión. La cocina se resume en una canilla y una resistencia que abriga una pava sin más que agua de esa canilla. La alacena es una cortina y detrás no hay mucho más.
—Yo sé que hay gente que está peor.
—Vos decís que hay gente que está peor.
—Sí, hay gente que vive mucho peor que yo. Esto si se quiere es una mansión comparado con la que pasa otra gente.
La mansión de Daniela está frente a La Cañada, en Bella Vista, a 15 cuadras del centro. Para llegar pregunten por la mujer a la que se le voló el techo, nadie la conoce como la mujer de la mansión, salvo ella.
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