Los “hermanos menores”, según la categorización de Sergio Massa, fueron los que aportaron el equilibrio que faltó en los “mayores”.
Fueron los presidentes de Uruguay y Paraguay los que hicieron una corrección indispensable a los discursos de los presidentes de Brasil y Argentina, entre otros. A la democracia en América Latina no sólo la pone en peligro la ultraderecha, sino también las ultraizquierdas y los populismos izquierdistas.
Se trata de algo evidente. No hacen falta análisis profundos sino sentido común y honestidad intelectual para ver algo que está tan a la vista. Pero en la cumbre de la CELAC, fueron Luis Lacalle Pou y Mario Abdo Benítez los que señalaron las ausencias en los discursos de Lula y Alberto Fernández.
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El presidente uruguayo usó la palabra “hemiplejía” para describir la doble vara que en las últimas décadas ha usado el discurso de la izquierda ideológica y de los populismos izquierdistas. Su par paraguayo lo acompañó en esa mirada que mostraba lo que está ahí, totalmente expuesto y evidente: en Nicaragua y Venezuela la democracia ha sido destruido por los regímenes de Daniel Ortega y Nicolás Maduro.
Una cosa es oponerse a las acciones militares y también a los bloqueos y sanciones económicas, pero otra muy distinta es darle impunidad total a los crímenes que cometen contra las libertades públicas e individuales y los Derechos Humanos.
Ortega y Gasset habló de “hemiplejía moral” para describir la doble vara que, en el momento de escribir su célebre obra La Rebelión de las Masas, imponían los totalitarismos nazi-fascista y marxista-leninista.
El filósofo español señalaba en ese libro el divorcio de las grandes mayorías con las elites políticas abrazadas a fórmulas y ecuaciones ideológicas. En Latinoamérica, las democracias ya evidenciaron pendular entre populismos de izquierda y populismos de derecha. Ambos mostraron el arraigo en culturas autoritarias. El gobierno de Bolsonaro intentó destruir la democracia en Brasil igual que lo intentó Trump con la democracia estadounidense. Ambos autoritarismos ultraconservadores tuvieron como violento estertor el ataque de multitudes contra los edificios que expresan el Estado de Derecho en Brasilia y en Washington.
En estos días, derechas autoritarias están haciendo correr sangre en Perú por aferrarse al poder reprimiendo oceánicas protestas.
Es necesario denunciar estos zarpazos autoritarios en foros como CELAC. Pero es inadmisible que no se ejerza presión alguna sobre los regímenes que ya han destruido democracias en Venezuela y en Nicaragua. También es inadmisible el silencio frente a los miles de presos políticos que colmaron las cárceles cubanas, tras los juicios sumarísimos a quienes cayeron en las redadas masivas que desactivaron las últimas grandes olas de protestas contra el régimen que encabeza Diaz Canel.
De todos modos, más allá del folklorismo típico del ideologismo banal, la cumbre de CELAC tuvo momentos importantes y una cuestión central: el Mercosur, una suerte de presencia no proclamada pero protagónica en lo poco que se planteó concretamente, aunque algunos de los anuncios podrían estar más en el campo de la ficción política que de la realidad, como la anunciada moneda única, sobre la cual hay más ansias y entusiasmo en el gobierno argentino que en el de Brasil.
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Todo lo demás era esperable: que Lula actúe de líder izquierdista de la región y muestre valorable gratitud premiando con sus gestos a los dirigentes que, como Alberto Fernández y Evo Morales, fueron solidarios con él y lo apoyaron públicamente cuando el juez Sergio Moro lo encarceló.
Ya habrá tiempo para que, con Brasil convertido nuevamente en protagonista de la región y sin la superposición venezolana que se daba cuando vivía y gobernaba Hugo Chávez, el líder brasileño haga gravitar su pragmatismo y promueva el diálogo para superar las confrontaciones entre gobiernos.
Si eso no ocurre, se repetirá la histórica inútil de los foros regionales convertidos en clubes donde se practica de amiguismo ideológico, que irrumpen cuando se vuelve hegemónico el polo propio y decaen cuando el péndulo de la política regional va hacia el otro polo.