En el resto de Europa, la edad para jubilarse es mayor que la establecida en Francia. Pero París dejó postales como la del “Mayo Francés” de 1968, cuando la revuelta estudiantil generó un tembladeral que acabó derribando al primer ministro Georges Pompidou.
Las manifestaciones contra la reforma previsional del gobierno fueron gigantescas. A pesar de eso, el tribunal constitucional blindó con su aprobación al régimen que eleva la edad para jubilarse de 62 a 64 años y estira también los años de aporte requeridos.
Nadie puede acusar a Emmanuel Macron de no haber anunciado lo que haría, para conseguir la reelección. La reforma del sistema previsional fue una parte central en su discurso de campaña electoral. Lo que no había anunciado el presidente es que la impondría sin el voto del Congreso, mediante un decreto.
El tribunal constitucional acaba de convalidar su accionar, pero que no haya violado la ley vigente no implica que haya actuado de manera totalmente correcta. Gran parte de la indignación social que se convirtió en barricadas ardientes, no tiene que ver con el fondo sino con la forma. Y la forma no es una cuestión menor.
Macron está convencido de que esta ampliación de la edad jubilatoria, todavía menor que la de muchos de los vecinos europeos, era absolutamente necesaria para que el régimen de pensiones no colapse dentro de pocos años, estrangulado, sobre todo, por el crecimiento de la longevidad y el decrecimiento de la natalidad de los franceses.
Hasta aquí, Macron está logrando su objetivo. Apuesta a que este logro fortalezca la economía francesa, generando confianza que atraiga a la inversión privada al alejar el horizonte de colapso del sistema previsional. No obstante, su logro no le serviría para otra reelección porque la reforma constitucional del 2008 estableció que el presidente de Francia sólo puede ser reelegido e manera inmediata una vez, debiendo esperar al menos un periodo para postularse nuevamente.
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Como el costo político de esta reforma ha sido, de momento, muy alto en materia de respaldo social, de no producirse el shock de confianza en el futuro que genere masivas inversiones, a Macron le costará dejar un sucesor en el Palacio Eliseo. Por ahora, las encuestas muestran que la más beneficiada por el descontento que causó el modo de imponer el cambio en el sistema jubilatorio, es la líder de la ultraderecha. Y Marine Le Pen ya se comprometió a revertir la reforma ni bien se convierta en presidenta. Lo mismo haría Jean-Luc Melenchon, el líder de la izquierda dura.
¿Calculó mal Emmanuel Macron al imponer esta reforma del modo que lo hizo, o su acierto es tan grande que valía la pena pagar el altísimo precios en protestas e impopularidad?
Por lo pronto está claro que el presidente francés comete errores de cálculo. La última demostración estuvo en el viaje a China de estos días, durante los cuales tuvo expresiones desafortunadas en términos estratégicos. Dijo que Europa no debe complicar su relación con China por Taiwán, lo que equivalió a darle un cheque en blanco a Xi Jinping para que invada la isla cuando lo considere conveniente.
Lo más grave es que lo dijo en nombre de Europa, mientras relegaba a un segundo plano a Úrsula Von Der Leyen, a pesar de que la presidenta de la Comisión Europea realizaba con él esa visita oficial.
En rigor, lo que quiso Macron fue instar a Europa a no dejarse arrastrar por Estados Unidos a una confrontación con China, tratando de dejar en claro que Xi no debe precipitar acontecimientos sobre Taiwán. Pero las frases sonaron divisivas para las potencias aliadas del atlántico norte, y permisivas para los planes de ocupación militar de Taiwán que China cada vez oculta menos.
Por cierto, el avance norteamericano a establecer un cerco geopolítico que abarque el Mar Amarillo y el Mar Meridional de China no parece una política prudente. Acorralar a este poderoso gigante asiático que forjó su nacionalismo en las humillantes injerencias occidentales que padeció en el siglo 19 y principios del siguiente siglo, puede llevar al mundo a una conflagración de consecuencias apocalípticas.
Como plantea Macron, la UE debe buscar que el mundo no vuelva a una confrontación Este-Oeste en la que China sea el enemigo de Occidente, sino mantener al gigante asiático dentro de un sistema de convivencia y cooperación, resolviendo cuestiones como la de Taiwán con negociaciones que resguarden los intereses tanto de Beijing como de Taipei. Sin embargo, no está claro que el presidente francés esté impulsando su visión de una manera acertada. Taiwán teme que haya sonado en los oídos chinos como un apoyo a su plan de ocupación militar del archipiélago.