Que su lema de campaña fuera “Este es un tiempo de valientes”, prueba que Fernando Villavicencio sabía que buscar la presidencia ponía en riesgo su vida. Las mafias narcos y el poder de la corrupción que gangrenó el Estado y la economía de Ecuador intentarían impedirle llegar a la mayor trinchera en la lucha contra esos flagelos. Si desde los diarios donde desarrolló su periodismo de investigación y desde las responsabilidades políticas que tuvo pudo acorralarlos con sus denuncias, desde la presidencia ese cruzado de la transparencia y la lucha contra el delito podría acorralarlos mucho más.
El magnicidio parece llevar la firma del narcotráfico. Si así fuera, igual que los magnicidios del ministro colombiano de Justicia Rodrigo Lara Bonilla en 1984 y del candidato liberal anti-narco Luis Carlos Galán, perpetrado en 1989, revelaron la dimensión criminal que tenía el Cartel de Medellín, este asesinato estaría revelando que Ecuador está a la sombre de monstruos tan gigantes como lo era la organización de Pablo Escobar en Colombia.
Poco antes de caer acribillado, Fernando Villavicencio había dicho que estaba recibiendo amenazas de muerte por parte de mafias narcotraficantes. Como periodista y como político, el narcotráfico fue uno de los blancos habituales de sus investigaciones y denuncias. De hecho, había sufrido atentados que llevan la firma narco, aunque cuando tuvo que esconderse en la selva durante un año y medio, escapaba de la persecución de Rafael Correa, a cuyo gobierno Villavicencio denunció en reiteradas oportunidades por casos que iban desde los sobornos de la empresa brasileña Odebrecht hasta negociados multimillonarios con empresas petroleras chinas.
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Por eso y por el modus operandi de los criminales, la primera sospecha cae sobre las organizaciones narcotraficantes. Pero sus enemigos no eran sólo esas mafias. Poderosos empresarios y, sobre todo, altos miembros de la clase política, habrán festejado en secreto el magnicidio que les quita de encima la lupa del periodista de investigación y candidato presidencial cuya principal bandera era la lucha contra la corrupción.
Sobre todo, en la dirigencia correísta habrá quienes suspiraron de alivio. Ocurre que Villavicencio fue uno de los mayores azotes periodísticos y políticos que tuvieron los gobiernos encabezados por el temperamental Rafael Correa. Es inevitable que no tarden en aparecer lecturas de lo acontecido que lleven las sospechas al terreno correísta. Hace menos de un año, a la ráfaga de balas que le destrozaron el frente de su casa, con Villavicencio y su familia en el interior, él la atribuyó a sus denuncias sobre oscuros vínculos entre el correísmo y mafias narcos.
Tanto Rafael Correa como Jorge Glas, vicepresidente del gobierno de Lenin Moreno que acabó encarcelado por corrupción, eran los principales blancos de las denuncias de Fernando Villavicencio. Fue él quien se atrevió a denunciar un auto-atentado, o auto-secuestro, a la rebelión policial que mantuvo a Correa retenido por los sublevados durante largas y dramáticas horas, en setiembre del 2010. La reacción del entonces presidente contra la denuncia del periodista fue tan fuerte y su contraataque judicial fue tan acuciante, que Villavicencio se refugió durante dieciocho meses en la selva, bajo protección de la comunidad indígena Sarayaku.
Por eso entre las sospechas que sobrevolarán Ecuador a partir de este momento, algunas apuntarán a ese lado oscuro del correísmo al que el candidato asesinado denunciaba por tener vínculos con mafias narcos. Por cierto, los narcos pusieron los sicarios que abrieron fuego a mansalva. Pero es inevitable que algunos se pregunten si no hubo dirigentes políticos detrás de esos sicarios. Y las miradas cargadas de sospechas apuntarán, inevitablemente, hacia el lado oscuro del correísmo.