Juan Schiaretti lanzó con su discurso de apertura de sesiones la campaña para su reelección.
La apelación central vuelve a ser la misma que vienen usando él y su socio José Manuel de la Sota, que mantuvieron la tradición discursiva de los radicales Eduardo Angeloz y Ramón Mestre: Córdoba es diferente.
Se llamó de muchas maneras, la isla, el cordobesismo, pero en definitiva la idea de los gobernantes es intentar mostrar que tienen una provincia diferente.
Por eso, durante la casi hora que habló Schiaretti, con interrupción por lipotimia incluída, el concepto se repitió una y otra vez: Córdoba está mejor, avanzó más, construyó más, se preocupa más por la seguridad, tiene más equilibrio social, mejor calidad institucional… y así.
Después está la realidad, la que ven los cordobeses todos los días. Y ahí tal vez no se noten tanto esa declamada superioridad con otras provincias.
Lo mismo estaba claro que no iba a mencionar los cortes de luz, la falta de insumos básicos en hospitales, las rutas que están a la miseria, la cantidad de pobres...
Schiaretti trató de hacer un discurso moderno con una matriz vieja. Se cuidó de decir que su proyecto político gobierna hace casi dos décadas.
Se trató de parar en el medio de Mauricio Macri y Cristina Fernández de Kirchner. Sobre el primero dijo que lo apoyaba como gesto de debilidad pero le cuestionó –indirectamente– el endeudamiento y el concepto que el equilibrio social llega sólo con el crecimiento de la economía. A la segunda, le endilgó –también de manera elíptica– hacer una oposición destituyente.
Pararse en la avenida del medio le dio malos resultados electorales el año pasado, pero ese es el camino elegido para 2019.
Schiaretti se ufanó de las obras que está haciendo y prometió algunas otras que serán claves en la búsqueda de su tercer mandato no consecutivo, que sería el sexto de Unión por Córdoba.
Los opositores también le recordaron lo de siempre: que no habla de que lo pone la Nación, que recién ahora se da cuenta de las prioridades, que la provincia que describe no es la que se vive todos los días.
En definitiva: mismos gobernantes, mismos opositores, mismos discursos.