“Mi papá está triste, conmocionado, pero nos dijo: era mi vida o la del ladrón”, explicó Darío, hijo del médico cirujano que, luego de salvar vidas por años, se hizo famoso en un segundo, por matar a un delincuente que lo atacó a la salida de su consultorio.
El caso ha tomado relevancia nacional por la importancia jurídica de definir si, un hombre como Cataldo, que no habría hecho otra cosa más que defender su vida, debe ir preso.
Aunque parezca un dato más que nada técnico, eso estaría avalando el accionar futuro de tantos argentinos que, cansados de ser víctimas, y ante el sentimiento de desprotección por parte de las autoridades competentes, han convertido a esta bendita tierra en un campo minado de armas de fuego, que esconden en el placard a la espera del momento para ser usadas.
¿Tiene verdadera importancia para el ciudadano común, el que lee ahora esto, el que todas las mañanas sale a desarrollar con amor su vida, el que planta un árbol, el que acaricia y crea con sus manos, la discusión de si fue emoción violenta o legítima defensa? ¿Es tan importante eso? ¿Alcanzará para justificar el hecho de que tengamos que empuñar un arma para seguir viviendo en sociedad?
El ahora nombrado profesional, Lino Villar Cataldo, nació hace 61 años en Iturbe, en el sur de Paraguay. Con 8 años llegó al país, terminó la primaria, la secundaria y estudió Medicina en Bs. As.
Me pregunto: ¿qué grito desesperado habrá guardado Lino, este hombre que no tuvo más alternativa que usar el mismo revólver que seguramente debe haber denostado a la hora de cerrar heridas en el quirófano?
Del otro lado de la historia, lloran por la muerte de Ricardo "Nunu" Krabler, y prometen que “ese gil va a pagar por cada lágrima”.
El gil, según las palabras escritas por el hermano de Ricardo, es el médico, que había sido atacado varias veces. Que había dejado esa casa, que ahora usaba como consultorio, por miedo. Que había comprado un arma, practicado tiro en el polígono, y la había escondido en el jardín.
Los que prometen pagar por el sufrimiento de la pérdida de un ser querido, lloran ahora la muerte de “Nunu", quien se volvió visible más que nunca. "Nunu" es parte también de nuestra dramática realidad.
Porque en esta inseguridad y violencia que vivimos todos, también hay un lado que se esconde con tremenda crudeza, y que tiene que ver con la raza que hoy denominamos “los delincuentes reincidentes”. Personas con hambre, con miserias, sin voz, sin educación, sin familia.
Ellos están ahí. Lo sabemos. Los padecemos. Pero los gobiernos nunca saben adonde ponerlos. Si tras las rejas, en una guillotina secreta, o solo en las estadísticas que hablan de la superpoblación carcelaria y la falta de políticas de reinserción.
Con el dolor que ahora muestran personas que siempre creimos indolentes, nos enteramos que Ricardo, “el delincuente” estaba a punto de cumplir 25 años, tenía una hija de 5 y se mandaba “cagadas” seguido.
Una noticia con debate nacional que encierra dos historias crueles:
- La de Lino, el médico paraguayo que tuvo que quebrar su juramento hipocrático de “salvar otras vidas”, defendiendo con la muerte la suya propia.
- La de Ricardo, como tantos Ricardos tendremos en nuestro país. Seres que se muestran fríos, insensibles, feroces de violentos y que esconden bajo la alfombra, además de miserias, muerte y sangre, el amor de un hermano que lo llora.
Lino nació en Paraguay, pero se hizo en nuestras calles y hoy es nuestro. Ricardo ni debe haber sabido adonde nació, pero no quedan dudas de que también se hizo en nuestras calles. Me duele escribir esto: Ricardo, también es nuestro.