Fueron 10 segundos. Alberto Fernández, con la banda recién calzada se funde en un abrazo con Mauricio Macri. Imposible discernir quién toma la iniciativa. Intercambian casi frenéticamente palmadas, en las espaldas y en los hombros. Un gesto espontáneo, con el que parecen querer transmitirse afecto y darse ánimo.
La escena ocurre a centímetros de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, protagonista de otra imagen imborrable de este martes, cuando exhibió su fastidio al saludar a Mauricio Macri. Incapaz de mostrar la cordialidad de rigor en estos casos. Nada que sorprenda dados los antecedentes: en 2015 frustró la ceremonia de traspaso, tal como ella misma reconoció en su libro "Sinceramente".
El abrazo de hoy sintoniza con buena parte del discurso inaugural del flamante Presidente, que puso mucho empeño en pararse por encima de "la grieta". Alberto Fernández envió muchas señales de amplitud y de superación de los rasgos más autoritarios de su espacio político. Por ejemplo, con las constantes alusiones a figuras históricas que no formaban parte del canon K: Alfonsín, Frondizi, Sarmiento, etc.
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El abrazo es un símbolo fuerte. Sintetiza el dato central de este histórico 10 de diciembre: por primera vez desde 1928, un gobierno no identificado con el peronismo termina su mandato en el plazo previsto institucionalmente. Un logro colectivo para celebrar, más allá de las grandes falencias que exhibe aún el sistema político argentino.
Es una escena que emociona. Resume en pocos segundos la normalidad democrática. La para muchos aburrida, gris, normalidad democrática, que incluye como requisito fundamental la alternancia en el poder entre distintas facciones.