El jefe de la Casa Blanca usó el término que aparece en el capítulo 16 del Libro del Apocalipsis. “Armagedón” alude al fin del mundo y es lo que Joe Biden ve más cerca que nunca antes en la historia de las bombas atómicas. Y no se equivoca al considerar que la Crisis de los Misiles de 1962 no se acercó tanto a un holocausto nuclear como lo está haciendo el Kremlin a medida que las tropas rusas retroceden en Ucrania.
El dedo de Vladimir Putin se acerca al gatillo nuclear. Con cada victoria ucraniana, lo arrima un milímetro más. A esta altura del conflicto, el presidente ruso sabe que a pesar de la inmensa superioridad numérica, las tropas no son su carta ganadora. Carentes de motivación, los soldados del ejército invasor muestran poca de voluntad de combate.
Pero el retroceso sus tropas ante la contraofensiva ucraniana no implica que la fuerza invasora sea más débil. El poderío militar de Rusia cuenta con armas nucleares. Muchas de las ojivas de ese arsenal son las que Ucrania traspasó en 1994 a Moscú, bajó presión de la ONU, de Washington y de Londres, cumpliendo lo establecido por el Memorándum de Budapest.
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Por cierto, lanzar bombas atómicas en Ucrania no debiera ser una opción. La racionalidad más elemental indica que sería tan demencialmente criminal que alcanzaría en crueldad genocida a los campos de concentración de Hitler. Pero el presidente ruso no parece dispuesto a aceptar los límites que imponen la razón y la cordura. Por momentos da señales de preferir el exterminio atómico a la derrota propia. Por eso acerca el dedo al gatillo nuclear al ritmo del avance ucraniano en la reconquista de Kharkiv, Donestk, Lugansk, Zaporiyia y Khersón.
Para el jefe del Kremlin, la derrota no es una opción. La historia demuestra que cada vez que Rusia perdió una guerra, se produjeron grandes cambios en su escenario político.
En la Guerra de Crimea que estalló en 1853, el Imperio Ruso, con Grecia como aliado, enfrentó al Imperio Otomano apoyado por Francia, Gran Bretaña y el Reino de Cerdeña. La derrota rusa en aquel conflicto le abrió el camino al zar Alejandro II y a sus reformas de carácter liberal, las más importantes desde Pedro el Grande.
En 1905, la flota del zar fue diezmada en la guerra naval con Japón que había estallado el año anterior, derrota que causó la Primera Revolución Rusa, que impuso una constitución y posibilitó que se estableciera la Duma Estatal del Imperio.
Otra derrota que causó sismos políticos y transformaciones inmensas fue la del ejército soviético en Afganistán. El triunfo de las milicias tribales que enfrentaron al régimen pro-soviético que encabezaba en Kabul Babrak Karmal y defendía el mismísimo ejército rojo, abrió el paso a la Glasnost y la Perestroika, los programas de reformas impulsadas por Mijail Gorbachov que marcaron el comienzo del fin de la URSS.
Poco después, la derrota rusa en la primera guerra contra el independentismo checheno modificó de manera dramática el gobierno del presidente Boris Yeltsin. La victoria de los separatistas caucásicos que lideraba Yegor Dudayev sobre el ejército ruso, comenzó a debilitar la gestión del primer ministro Viktor Chernomirdin hasta hundir el gobierno en el cortocircuito permanente que convirtió en efímeros premieres a Serguei Kirienko, Yevgeny Primakov y Sergei Stepashin, hasta que Vladimir Putin se adueñó del cargo para usarlo como pista de despegue hacia a presidencia.
La victoria fortalece los regímenes que la derrota debilita. Por eso la importante victoria estratégica de Ucrania en el noreste y los avances que está dando en los frentes del centro y del sur, podría debilitar el régimen autocrático ruso.
Los rusos habían logrado controlar la totalidad del oblast de Kharkiv, pero no su capital y segunda ciudad más grande y poblada de Ucrania. Pero dando señales de preparar una ofensiva en el sur para reconquistar el área que rodea a Mykolaiv y Zaporiyia, los militares ucranianos lograron engañar al alto mando y lanzaron el contraataque para recuperar el noreste del país.
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Los ucranianos reconquistaron también ciudades importantes, como Lyman. Y aunque estas victorias no significan que el ejército ruso está derrotado, muestran que es posible derrotarlo, y si eso ocurriera el poder que Putin construyó podría desmoronarse como un castillo de naipes.
En un primer momento, el jefe del FSB Alexander Bortnikov y los primero y segundo del Consejo de Seguridad, Nikolai Patrushev y Dmitri Medvedev, procurarán que sólo caiga Putin. Pero el tembladeral que se desataría podría arrastrar también a esa nomenklatura.
El jefe del Kremlin sabe que su suerte se juega en Ucrania. Por eso a cada uno de los avances ucranianos, los respondió dando pasos hacia las armas nucleares. En ese sentido va la anexión de Lugansk, Donestk, Zaporiyia y Jersón, incluyendo una reforma de la Constitución por decreto. A partir de esos pasos, los avances de Ucrania implicarán “ataques dentro de Rusia”, la justificación que busca Putin para su “solución final”.
Las armas nucleares son la última carta. Primero usaría proyectiles tácticos, un arma con poder de destrucción acotado, aunque implicaría aniquilamientos en masa y rompería la Doctrina de la Destrucción Mutua Asegurada (MAD) empujando a la OTAN a disparar misiles nucleares sobre Rusia.
La invasión merodea las puertas del infierno.