Cuando pienso en la crisis que genera el coronavirus, veo que golpeó fuerte y en muchos ámbitos. No sólo en la salud y en la economía. En cuanto al tema de los varados y todo lo que se generó a su alrededor, también lo hizo en la cuestión social.
Y lo que siento es que algunos parece que son más argentinos que otros.
Por ejemplo, si tenemos en cuenta que la condición número uno de prioridad para conseguir lugar en un vuelo de repatriación es que tengas pasaje con Aerolíneas Argentinas, si tu ticket original es con otra compañía tenés “menos derecho” a volver a tu país.
Desde que el Gobierno nacional tomó la decisión de cerrar las fronteras para contener la pandemia, la aerolínea de bandera es la única autorizada para entrar a Argentina.
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Por lo tanto, si tu boleto es de otra empresa, volver es una verdadera odisea, imposible si no tenés dinero suficiente.
70 horas de viaje
En mi caso personal estuve en Malta, casi dos meses, en pareja. Salimos de viaje tiempo antes de que el coronavirus sea declarado pandemia. Pero ese momento exacto me agarró ahí, una isla muy chiquita al sur de Italia, y no pude salir hasta el 7 de mayo.
Me consideré varado desde el instante en que cerraron todos los aeropuertos y, por más que quisiera, no era posible (ni seguro) volver a Argentina.
Desde ahí comenzaron largos días de llenados de formularios, comunicados con el consulado, llamadas, vuelos cancelados, dinero perdido, incertidumbre.
Debo reconocer que todos quienes trabajan en el consulado argentino en Roma, del cual depende Malta, me trataron muy bien. Sin embargo, no recibí las certezas que esperaba.
Aunque quizás, nadie las tenía.
Después de pasados 50 días, y mientras aguardábamos indicaciones en territorio maltés, nos llega un llamado: teníamos lugar para viajar el 8/5 desde Roma hasta Buenos Aires. Esa era la parte buena.
Pero también había otra parte no tan buena: en medio de una pandemia, teníamos que conseguir llegar a Italia. ¿Cómo? Si no había vuelos directos. Que empiece la aventura.
Además, los precios: en menos de 24 horas teníamos que decidir si comprábamos un nuevo pasaje de regreso a Argentina y, además, afrontar todos los costos para llegar a Roma.
Aunque esperábamos que la logística llegue desde el consulado, nos la tuvimos que ingeniar por nuestra cuenta: el 7/5 por la mañana salía un vuelo a Londres; y esa misma tarde otro desde Londres a la capital italiana.
Eso, todo en euros, y con el riesgo de que las autoridades de algún país no nos dejen seguir viaje o que alguno de los vuelos mencionados se cancelen.
Nos arriesgamos. Compramos. Lo logramos.
Pero, ¿qué pasa con todos aquellos que no pueden hacer frente a semejantes gastos? La orden de prioridad, según el dinero.
Cuando me ofrecieron un lugar para viajar pensé que lo había conseguido porque también iban a poder viajar todos los que están en condiciones más vulnerables, con problemas de salud, por su edad o por las carencias después de dos meses sobreviviendo en el exterior. Pero no.
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Desde que emprendimos el operativo regreso el jueves a la madrugada, pasaron 70 horas hasta que llegamos a Córdoba.
En el medio tres aviones, una noche en el aeropuerto, 12 horas en colectivo, controles y un hisopado.
Ahora desde casa, y aislado por dos semanas, me queda ese pensamiento. Parece que algunos son más argentinos que otros.
¿Qué pasa con los que todavía no pueden volver? ¿Por qué las agresiones a los que se quedaron varados sin saber que el mundo entero iba a cambiar de un día para el otro?
Una repatriación al mejor postor.