En un santiamén, Yevgueny Prigozhin pasó de la híper-presencia a una ausencia cargada de presagios inquietantes. Desde que comenzó la guerra en Ucrania, en los programas de noticias rusos y del mundo entero aparecía más el dueño del Grupo Wagner que el ministro de Defensa y el jefe del comando conjunto de las Fuerzas Armadas de Rusia. En los últimos meses, era el relator de la guerra y el mayor cuestionador público del ministro Serguey Shougu y del general Valery Gerasimov.
De verlo todo el tiempo, los rusos, ucranianos y bielorrusos pasaron a preguntarse dónde está Yevgueny Prigozhin. Ocurre que, tras su fallido levantamiento contra la cúpula militar de su país, el jefe del ejército mercenario desapareció del mapa, convirtiéndose en un misterio.
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El presidente de Bielorrusia, Aleksander Lukashenko, tras anunciar que hubo un acuerdo para que el Grupo Wagner desistiera de su rebelión y regresara a sus cuarteles en Ucrania, dijo que Prigozhin se radicaría en Minsk o en alguna otra ciudad bielorrusa. Pero poco después, para estupefacción local y mundial, apareció en público diciendo que el jefe de Wagner se había ido de Bielorrusia y que, seguramente, andaría por San Petersburgo o Moscú, o sea, estaría en Rusia.
A esa altura, el paradero del empresario del mercenarismo constituía un enigma. Por qué pudo escabullirse tan fácilmente, si su levantamiento militar fue la crisis de poder más grave que sacudió a Rusia desde que, en el “Octubre Negro” de 1993, Boris Yeltsin ordenó bombardear el Congreso de los Diputados para doblegar la rebelión de los legisladores, encabezados por el vicepresidente Alekansdr Rutskoi.
Teniendo en cuenta cómo terminaron casi todos los que desafiaron el poder de Vladimir Putin (envenados, acribillados o lanzados desde un edificio) lo lógico es suponer que el hombre al que el jefe del Kremlin acusó públicamente de “traidor” y de “clavarle un cuchillo por la espalda”, encontraría un final trágico. Eso hacía comprensible que se esfumara, dado que en Bielorrusia, a la sombra de un títere de Putin, como Lukashenko, nadie apostaría un rublo por su vida.
Sin embargo, el gobierno ruso acaba de revelar que Prigozhin y Putin se reunieron en el Kremlin cinco días después de la asonada. Un encuentro en el que participaron decenas de comandantes de la empresa militar que lanzó una caravana de blindados hacia Moscú para destruir la cúpula militar.
Ese encuentro plantea muchos interrogantes. ¿Por qué Putin dejó entrar y salir del palacio gubernamental al hombre que acusó de traición? ¿Por qué Prigozhin se atrevió a entrar al Kremlin habiendo traspuestos líneas rojas que lo convierten en golpista?
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Habiendo sido una reunión secreta, o sea no anunciada oficialmente, toda la cúpula del Grupo Wagner, incluyendo su fundador y jefe, podría haber sido atrapada y asesinada. De tal modo, si Prigozhin y su plana mayor se aventuraron a la madriguera de Putin, es porque estaban absolutamente seguros de que nada les pasaría. ¿Y por qué estaban tan seguro de eso? ¿qué le garantizaba a Prigozhin que el presidente ruso no lo “aplastaría como a un bicho” tal como había prometido?
Posiblemente, el jefe de los mercenarios tiene en su poder algún instrumento que le permite gravitar sobre Putin. Quizá se trate de pruebas irrefutables de negociados que enriquecieron al presidente, o de crímenes ordenados por él. “Si yo muero, los rusos y el mundo sabrán que Vladimir Putin….” es la frase que graficaría el poder que Prigozhin tiene sobre el líder ruso. Sin ese poder, Prigozhin no habría ordenado la marcha de la caravana militar Wagner hacia Moscú. Confiaba en que, puesto en la disyuntiva de elegir entre él o los generales Soigu y Gerasimov, Putin optaría por él.
Nada puede descartarse. Tampoco que Prigozhin termine envenado como Alexander Litvinenko o como tantos otros a los que Putin le bajó el pulgar. El hecho es que la reunión en el Kremlin que acaba de revelar el gobierno ruso muestra que la historia de la relación entre Prigozhin y Putin tendrá nuevos capítulos que prometen ser electrizantes.