Comía los ñoquis que había hecho mi mamá, cremosos, livianos, sabrosos, como los hizo siempre, y pensaba en todo el tiempo que no pasamos juntos. Años y años en los que la distancia fue más fuerte que el amor, y ese lazo potente, indisoluble, que nos liga desde mi nacimiento, parecía querer resquebrajarse.
Hay mucho de injusticia en esto. En los tiempos en que más necesitamos el afecto de los hijos (y de los padres), las energías de cada uno parecen ir para otro lado, como si hubiera un titiritero cruel que nos separara a propósito.
Los hijos solemos olvidarnos, o no tener en cuenta, todo lo que nuestros padres hicieron por nosotros.
Los hijos solemos olvidarnos, o no tener en cuenta, todo lo que nuestros padres hicieron por nosotros. Las noches desveladas, las horas extras de trabajo para comprar lo que nos hacía falta, los cientos, miles, de mañanas y tardes de correr y llegar a tiempo para llevarnos y traernos de la escuela, el cuidado para que eligiéramos bien la novia y el novio, para que no estampáramos el corazón contra la pared.
+ MIRÁ MÁS: Cómo arruinar un fin de semana
Como si nada de eso importara, hacemos pesar más nuestra rebeldía, los desacuerdos obvios que aparecen porque pertenecemos a generaciones distintas, y terminamos yéndonos de la casa con cierta dosis de alivio, creyendo que la libertad consiste en cortar, por fin, ese cordón umbilical, mientras a ellos el síndrome del nido vacío les perfora el alma. Les hace un agujero que no volverá a taparse.
Porque nos damos cuenta tarde de lo necesario que siguen siendo nuestros padres. Cuando finalmente dejamos de correr por la vida buscando el futuro, cuando ya formamos nuestra propia familia, levantamos nuestra casa, o por alguna razón del destino nos quedamos sin nada, volvemos la mirada hacia la infancia, la adolescencia, cuando al fin y al cabo, sin trabajar casi nada, teníamos lo que nos hacía falta: comprensión, cariño, protección.
+ MIRÁ MÁS: Un baño de respeto y tolerancia
Y suele ser tarde porque alguno de ellos ya no está, o alguna enfermedad se entromete en la relación, o, como en mi caso, la distancia física sigue impidiendo esa conversación larga que siempre debimos tener.
Cuando saqué el billete de cinco pesos que mamá había dejado el domingo bajo el plato de ñoquis pensé en todo eso, la miré, miré a mi hijo que se sorprendió por la ocurrencia el día 29, y no se me ocurrió ninguna manera de reparar la injusticia.
Esta columna fue publicada en el programa Córdoba al Cuadrado de Radio Suquía – FM 96.5 – Córdoba – Argentina.