El presidente de Colombia no es el único jefe de Estado que tiene un hijo que le causa problemas. Entre los “hijos del poder”, como se llamó en Argentina a los asesinos de la adolescente catamarqueña María Soledad Morales, abundan los que complican la gestión de sus padres y los avergüenzan cometiendo delitos o extravagancias de distinta gravedad.
Hunter Biden, el hijo del actual presidente norteamericano, ha usado la posición de su padre desde que era el vicepresidente de Barak Obama, para hacer negocios turbios o sentarse en los directorios de grandes empresas, además de tener problemas con drogas y la saga de inconductas que eso suele producir.
Los hijos de Bolsonaro son una prolongación del extremismo y la violencia política que bulle en el ex presidente brasileño, y cuando el padre llegó al Palacio del Planalto quedaron a la vista los vínculos que tenían con grupos parapoliciales abocados a cometer asesinatos, como el de la concejala carioca Marielle Franco.
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Hasta la discretísima Michelle Bachelet tuvo problemas cuando, siendo presidenta de Chile, salió a luz que su hijo, Sebastián Dávalos, quien tenía un cargo en el segundo gobierno de su madre, aprovechó esa posición para obtener un crédito por diez millones de dólares, y recurrió al tráfico de influencias para beneficiar a la empresa de su esposa.
La lista de hijos del poder que cometen desatinos es larguísima y en ella hay casos de espantosa criminalidad, como Ramfis Trujillo, el cruel y sanguinario hijo del dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo, uno de los más brutales criminales caribeños del siglo 20.
Gustavo Petro está sufriendo las consecuencias de las inconductas de su hijo mayor. El joven abogado Nicolás Petro acaba de ser arrestado por delitos financieros que incluyen lavado de activos y enriquecimiento ilícito. Y el impacto es devastador sobre la imagen de su padre, porque el actual mandatario es el primer presidente izquierdista de Colombia.
En la historia del economista que llegó a la jefatura de Estado hace un año, está su militancia en el Movimiento 19 de Abril (M-19), que si bien profesaba un izquierdismo moderado que se identificaba con el general Rojas Pinilla, tomó las armas contra el presunto fraude conservador que en 1970 convirtió en presidente a Misael Pastrana, convirtiéndose en una guerrilla que perpetró ataques de fuerte repercusión internacional, como la toma del Palacio de Justicia en 1985.
Gustavo Petro ya tenía demasiados problemas cuando su imagen sufrió el impacto de la detención de su hijo por las turbias maniobras y las relaciones con ex capos narcos que explicarían buena parte del enriquecimiento logrado en tiempo récord. A la “paz total” que prometió, la están bloqueando el ala dura del ELN y la disidencia de las FARC, agrupaciones armadas de fuertes vínculos con el narcotráfico.
A eso se sumaron los escándalos que tumbaron a la ex jefa de Gabinete, Laura Saravia, a funcionarios de Seguridad que realizaron investigaciones ilegales del caso que la involucró, y del embajador colombiano en Venezuela, Armando Benedetti. Ese escándalo que gira en torno a la enigmática desaparición un casi un millón de dólares imposibles de justificar, incluyó la misteriosa muerte por presunto suicidio de un alto funcionario policial asignado a la seguridad presidencial.
A sólo un año de haber asumido la presidencia, las encuestas mostraban niveles de desaprobación que rozan el 60 por ciento, todo un récord en Colombia.
En esa caída de la imagen de Gustavo Petro también tuvo que ver su temeraria apuesta a la reconstrucción veloz del vínculo entre Bogotá y Caracas, sin concesiones visibles del régimen de Maduro.
Por esas tribulaciones y derivas es que el impacto de la detención del hijo del presidente, podría sumir en una debilidad irreversible al gobierno colombiano.