Y si ésta fuera la última columna que voy a escribir porque tengo la certeza de que la muerte me espera mañana, ¿no dejaría mi vida en ella? Ustedes serían los últimos que podrían leer lo que pienso o siento. ¿No la dejaría quizás a la mitad para buscar a mis hijos y darles el mejor beso de despedida y decirles todo lo que los amo? ¿No buscaría al amor que me acompaña para agradecerle tantas cosas vividas juntos? ¿No llamaría a mis padres para decirles que la vida que me regalaron fue la mejor que pude vivir? ¿No llamaría a mis amigos para reírnos a carcajadas una vez más?
Y podría seguir haciéndome ciento de preguntas similares, aunque la única válida sería: ¿Por qué no lo hago diariamente, por qué no abrazo, beso y vivo con la misma intensidad que lo haría si supiera que me voy a morir?
“Las personas que tienen conciencia de muerte no tiene tiempo para perder el tiempo, están ocupadas en vivir”, explica Pilar Sordo, psicóloga chilena que dedica su vida al estudio de las personas y su búsqueda de la felicidad y sus vínculos y sus similitudes y diferencias. La única certeza con la que todos llegamos a este mundo es la muerte; la forma en la que atravesamos la vida, es nuestra decisión; vivirla felizmente, también.
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Según Pilar Sordo, si le preguntáramos a las personas cuál es el emoji que mejor representa a la felicidad, casi sin dudarlo, todos o casi todos, responderían la carita feliz. Sin embargo, este concepto más ligado al marketing que a la realidad poco representa el concepto de la felicidad que la psicóloga chilena vino a desarrollar en Córdoba. Para ella felicidad y alegría no son sinónimos. Uno puede ser feliz y tener un mal día o estar triste y atravesar una mala racha.
Respaldada por una campaña de Unicef y de la mano de Sancor Salud, Pilar Sordo se tomó dos horas para tratar de explicarnos la receta de la felicidad y desarrollar cada uno de los ingredientes que hay que meter en la licuadora todos los días para tomar la decisión de ser felices: hay que ser agradecidos, tomar la decisión de ser felices y tener la voluntad para mantener esa decisión, hay que tener conciencia de muerte, saber que nuestra vida es finita y todo debe estar sazonado con un poco de buen humor.
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Nuestra sociedad está acostumbrada a contener sus emociones, los ataques de risas o los de llanto. Enseñamos desde muy temprana edad que no vale la pena llorar por nada y que las carcajadas fuertes pueden poner incómodo a cualquiera. Sin embargo, la investigación de Pilar Sordo es contundente: “Las estructuras mentales son como los edificios", y agrega: “Si cuando hay un temblor se mueven, viven con intensidad el fenómeno y lo siente en su estructura es probable que se mantengan en pie, que resistan. En cambio, los inmóviles, los que son incapaces de reaccionar ante el sismo, se quiebran y caen”. En las personas, sucede lo mismo: las que pueden reír cuando tienen ganas y llorar cuando lo necesitan, se mantendrán en pie con una estructura fuerte y una buena salud mental y emocional al final de su historia.
Entonces, si la respuesta a la pregunta inicial de esta columna: “Si supieras la fecha de tu muerte, ¿vivirías diferente?” es “sí”, deberías empezar a hacerlo hoy mismo porque más tarde o mañana, o dentro de dos días o 20 años te vas a morir. Todos, absolutamente todos nos vamos a morir. Entonces, por qué no vivirlo intensamente.