La escena fue muy fuerte y habrá sido observada con perplejidad por muchos gobernantes de la región. Los líderes democráticos y centristas habrán sentido estupefacción de ver en Argentina una fecha patria reducida a efeméride de una facción partidaria, que la coloca por encima del acontecimiento fundacional ocurrido en 1810: el Cabildo Abierto que inició la Revolución.
Dejando de lado el rol institucional que le corresponde a una de las máximas autoridades de la República, la vicepresidenta prioriza su rol de líder de una facción política.
Algo ya normalizado en la mente de los argentinos, es visto por los pocos defensores de la cultura democracia que aún quedan en el mundo como lo que es: un estropicio histórico cometido por el culto personalista.
En Uruguay, nadie aceptaría que algún partido o facción partidaria se apropie del 18 Julio para evocar otra cosa que no sea la jura, en 1830, de la primera Constitución que tuvo la República Oriental.
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También es impensable que en Francia se haga una utilización partidista del 14 de Julio, día en el que todos los franceses celebran solamente la Toma de la Bastilla en 1789. Por el mismo sentido común de una Nación, resulta inconcebible en Estados Unidos que alguien pretenda apropiarse del 4 de Julio, para celebrar algún acontecimiento de la historia de su partido o facción. Ese día, todos los norteamericanos no evocan nada que no sea el “Independence Day” de 1776.
Pero lo que el sentido común de una cultura democrática rechazaría con repulsión, en Argentina ya ha sido naturalizado por la sociedad.
Desde otros puntos de la región, algunos habrán observado con perplejidad la extraña escena que protagonizaron una vicepresidenta imponiendo su absoluta centralidad desde un escenario monumental, y un presidente escabulléndose como una sombra por los costados de la Plaza a la que no había sido invitado.
Luis Arce habrá pensado que jamás dejará que Evo Morales lo convierta en lo que Cristina Kirchner convirtió a Alberto Fernández. A diferencia del mandatario argentino, el presidente de Bolivia fue la figura clave de los gobiernos del líder cocalero, porque como ministro de Economía le dio a esas gestiones su músculo más fuerte: el crecimiento económico con inflación controlada. Además, a diferencia de ese hombre que ayer fue cruelmente humillado por su mentora, Arce le disputa a su mentor cada centímetro de poder en el Estado y en la estructura del MAS, el partido de ambos.
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También se habrá asomado con curiosidad a la brutal escena de la Plaza de Mayo el nuevo presidente de Paraguay. Santiago Peña le debe a un mentor haber alcanzado la cumbre del poder institucional. Y tampoco querrá ese joven economista que ahora gobierna a los paraguayos que su mentor, Horacio Cartes, principal accionista en el Partido Colorado, intente convertirlo en la versión guaraní de Alberto Fernández.
Observando desde Bélgica la escena del presidente marginado a la vista de todos por su vicepresidenta, Rafael Correa habrá envidiado de Cristina la cruel humillación que pudo propinarle al hombre que ella convirtió en presidente y que, si bien hizo mucho, no hizo todo lo que ella le exigió hacer.
El ex presidente ecuatoriano, que es un humillador serial, habría disfrutado poder ver “al traidor Lenin Moreno” reducido a un fugitivo político huyendo a espaldas de las masas que vitorean a un líder al que no quiso someterse, como tuvo que hacer Alberto.
Si Donald Trump se hubiera asomado a la escena de la Plaza de Mayo, se habría identificado con la vicepresidenta argentina. Desde su naturaleza megalómana y despótica, el millonario neoyorquino está convencido que quien fue ayudado por un mentor político a alcanzar un cargo, le debe lealtad perruna y tiene que hacer lo que le pida. Por eso le exigió al gobierno de Georgia, a través del secretario Brad Raffensperger, que manipulara el escrutinio para que aparecieran de algún modo los 11.780 votos que le faltaron para ganar la elección en ese estado sureño.
También se sintió con derecho a exigirle a su vicepresidente, Mike Pence, que impidiera la certificación legislativa el resultado de los comicios que perdió frente a Joe Biden. Y ahora acusa de traidor y desleal a Ron DeSantis porque el ultraconservador de 44 años al que él ayudo a ganar la elección para gobernador de Florida, decidió disputar las primarias por la candidatura republicana, a pesar de que Trump exige ser candidato único.
En el mundo, hubo líderes de izquierda y de derecha reflejados en el espejo de Cristina en la Plaza de Mayo. Y hubo también otros que sintieron vergüenza ajena con la escena del presidente que se escabulle como una sombra por detrás del escenario al que no fue invitado. Esos, donde muchos vieron una líder estelar desparramando esclarecimiento, lo que vieron fue un acto monumental de culto personalista.