Un drástico aumento en el precio de los combustibles fue el detonante de una indignación que crecía en la sociedad contra la elite que ha gobernado el país centroasiático desde antes de su separación de la URSS.
Rusia activó la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, en el que junto al Estado ruso están Bielorrusia, Kazajstán, Kirguistán, Tadyikistán y Armenia. Se supone que esa alianza militar debe entrar en acción cuando uno de sus miembros es atacado por una fuerza exterior. Pero en Kazajstán no hubo un ataque externo, aunque el presidente Tokayev describa de ese modo al estallido social, atribuyéndolo a conspiraciones externas.
Lo que hubo es la explosión de un hartazgo largamente contenido contra la nomenclatura que creó quien es el verdadero dueño del poder, aunque ya no ocupe la presidencia: Nursultán Nazarbayev.
La Organización del Tratado de Seguridad Colectiva no entró en acción cuando Armenia fue atacada por Azerbaiyán, país aliado de Turquía que no pertenece a la alianza militar encabezada por Rusia, perdiendo el enclave de Nagorno Karabaj. Moscú abandonó a los armenios karabajzíes, pero actuó con gran rapidez enviando contingentes militares para aplastar protestas sociales en Kazajstán.
Por cierto, se trata de protestas violentas, pero la respuesta del gobierno local no fue menos violenta, sino lisa y llanamente criminal. El presidente Tokayev ordenó a las fuerzas represivas disparar a matar sobre los manifestantes.
El número de muertos ya se acercaba a los doscientos, cuando se logró, con la ayuda militar rusa, restablecer el control de las autoridades.

¿Por qué Vladimir Putin fue tan veloz en Kazajstán y tan inmóvil frente a la ofensiva turco-azerí contra Armenia? Una razón es geopolítica: Kazajstán es el noveno país más grande del mundo, una potencia petrolera y gasífera, además de estar estratégicamente situado entre los confines de Rusia y de China.
También es un país rico en minerales, proveedor privilegiado de China y socio de Rusia y Bielorrusia en la Unión Aduanera Euroasiática.
En el pasado, fue el territorio donde la Unión Soviética acumuló el grueso de sus arsenales nucleares.
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Pero la otra razón tiene que ver con el modelo de poder que encarna Putin. El presidente ruso es un reflejo más presentable del despotismo exorbitante que encarnó Nursultán Nazarbayev, el creador de Nur Otan, que en la lengua local significa Patria Radiante y es el partido que se adueñó del Estado kazajo, y es el instrumento de la elite que impera desde hace tres décadas.
Había escalado en la nomenclatura de la era soviética en la primera mitad de los años 80. En 1990 se convirtió en líder de la República Socialista Soviética de Kazajstán y, al desaparecer la URSS, en 1991, se proclamó presidente de la nueva república independiente.
Gobernó casi tres décadas con poderes absolutos. La capital, Alma Ata, y las demás ciudades se poblaron de gigantescas estatuas del megalómano líder. Posteriormente, estableció la capital en la ciudad de Astaná y, tiempo después, le cambió el nombre, rebautizándola con su propio nombre de pila: Nursultán.
Aunque es imposible que en todas las reelecciones alcanzara el casi cien por ciento de los votos que atribuían los escrutinios, los kazajos soportaban sumisos al déspota. El control estricto de la sociedad a través de los servicios de inteligencia y de las fuerzas represivas, es una de las razones de tanta sumisión. La otra es que la economía funcionaba bien.
El descontento comenzó a acumularse desde que la economía se frenó en el 2015. La insatisfacción creciente hizo que Nazarbayev renunciara a la presidencia en el 2019. Pero siguió siendo el dueño del poder, al dejar como sucesor a un delegado suyo: Kasim-Jomart Tokayev, el presidente que ordenó a sus fuerzas represivas tirar a matar contra los manifestantes.
Es posible que grupos ultra-islamistas hayan aprovechado las protestas masivas para realizar ataques contra el gobierno y sus fuerzas de seguridad. Si se comprueba la información oficial de que dos policías fueron decapitados, sería una señal de acción ultraislamista.
Aún así, que Rusia haya enviado tropas y activado tratados defensivos para aplastar una rebelión interna en un país centroasiático, contrastando con la inacción ante al ataque turcoazerí contra los armenios, se explica en intereses geopolíticos rusos y en la necesidad de defender un modelo de autocracia que, si cae en un país ex soviético, puede generar el efecto dominó que Putin teme ver llegar hasta el Kremlin.
