Stalingrado fue el Waterloo de Hitler. En esa batalla encarnizada, los nazis empezaron no sólo a ser derrotados por los soviéticos en Rusia, también empezaron a perder la Segunda Guerra Mundial.
La lucha que acabó librándose casa por casa, metro a metro, se prolongó durante casi seis meses y se convirtió en una de las batallas más brutales y sangrientas de la historia.
La ciudad hoy llamada Volgogrado, era un punto clave a conquistar en la Fall Blau (Operación Azul), apuntada a poner bajo control de la Wehrmacht (ejército nazi) los campos de petróleo del Cáucaso. En el valor estratégico de alcanzar los yacimientos cercanos al Mar Caspio estaba una de las claves del éxito de la invasión lanzada por Hitler al gigante euroasiático.
Pero el 6to Ejército que comandaba el mariscal Von Paulus con el apoyo del 4to Ejército Pánzer, encontró la lucidez de un gran estratega: el mariscal Zhúkov. Y también la increíble resistencia de los soldados soviéticos atrincherados en las orillas del Volga hasta que llegaron los refuerzos que cercaron a los alemanes y los asfixiaron hasta la rendición.
Fue una verdadera “rattenkrieg” (guerra de ratas) y la derrota alemana en Stalingrado abrió la puerta a la siguiente derrota crucial, en la batalla de Kursk, iniciando el desmoronamiento final.
Al cumplirse 80 años de aquella histórica batalla, Vladimir Putin la evocó, afirmando que Ucrania será la Stalingrado de la OTAN. La batalla por el control del Donbas y Crimea, en el Este y el Sur de Ucrania, marcará el final del avance invasor de la alianza atlántica, según el razonamiento del jefe del Kremlin. En este relato de lo que ocurre en el centro de Europa, el gobierno ucraniano y su ejército son el nazismo que intenta apropiarse de territorios rusos.
¿Tiene sentido semejante descripción de la guerra en marcha? ¿Está sufriendo Rusia una segunda invasión hitleriana?
Más allá de que el Donbas y Crimea le pertenecieron al Imperio Ruso antes que a Ucrania, porque fueron los cosacos y los ejércitos de los zares quienes lucharon contra los kanatos túrquicos que poseían esas tierras que en la era soviética, durante el liderazgo de Nikkita Jrushev en los años cincuenta, pasaron a formar parte del mapa ucraniano, está claro que la aspiración de Kiev a incorporarse a la OTAN no implica una invasión occidental a Rusia.
No existen señales de que la alianza atlántica tuviese un plan para invadir Rusia. Aunque la inclusión de Ucrania en sus filas puede ser en el Kremlin visto como un cerco geopolítico, eso no implica que existan neuronas de planificación estratégica lucubrando una invasión. Tampoco tiene lógica describir al gobierno ucraniano y al ejército de ese país como un poder nazi. Y equiparar el envío de tanques alemanes Leopard, tan reclamados por Zelenski, con las divisiones de tanques Pánzer enviadas por Hitler en la Operación Barbarroja, también constituye una burda prestidigitación de los acontecimientos históricos y los sucesos actuales.
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Eso es lo que está haciendo Putin. Como Stalin cuando proclamó la “gran guerra patria” para enfrentar la invasión alemana, el actual presidente ruso recurre a los sentimientos del nacionalismo, el eslavismo y el cristianismo ortodoxo, mezclando retazos de realidad histórica y actual con falsificaciones y tergiversaciones.
En pocas semanas o meses, las fuerzas Rusas chocarán en el Donbas con una ola de divisiones blindadas en la que, además de tanques norteamericanos Abrams; los franceses, Leclerc y los británicos, Challenger; habrá tanques alemanes Leopard. La diferencia con los Panzer que enfrentó en la década del cuarenta del siglo pasado, además de que en Ucrania no está Hitler ni el nazismo, es que en aquella oportunidad Rusia era el país invadido y ahora es el país invasor. Nada menos.