“No soy estúpido”, continuó, “sé que con los ahorritos que yo tengo no le hago cosquillas a la economía, pero, sabés qué, es un símbolo. El símbolo de que yo quiero a mi país. Si todos hicieran lo mismo, es decir, los pelagatos como yo, los comerciantes y empresarios más prósperos, los asesores y los fondos de inversión locales, los políticos nuestros, no habría corrida, no habría la inflación extra que provoca, no andaríamos alterados como andamos”.
No pude meter bocado. Siguió. Porque lo suyo no era conversar, era desahogarse. “Entonces, todo eso significa que son mentiras que todos queremos a nuestro país, algunos, muchos, prefieren que nos hagamos mierda con tal de tener razón. Y otros, la mayoría, prefiere cuidar su quintita aunque todo se vaya al carajo. No se dan cuenta de que si todo se va al carajo tampoco queda quintita para cuidar”.
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“Mirá, te va a sonar zonzo lo que voy a decirte, de ingenuo, de inocente, el otro día veía en un canal internacional de deportes una encuesta en distintos países de Europa. Le preguntaban a los hinchas de fútbol si tuvieran que elegir a uno solo jugador en el mundo para integran su equipo favorito, a cuál elegirían. Salvo los hinchas de Barcelona, por supuesto, el 90% eligió a Messi. El 90%. Y acá, pese a que el chico tenía todo servido para jugar para España y salir varias veces campeón del mundo y lo mismo prefirió vestirse de celeste y blanco, lo queremos fuera de la selección. Hasta un tipo que en su vida agarró una pelota le grita pecho frío en un aeropuerto. Te juro que lloré de la bronca. Porque esos son los que compran dólares y se quejan del país en un bar de Nueva York".
"Algunos, muchos, prefieren que nos hagamos mierda con tal de tener razón".
"Me acordé de San Martín que se fue a morir lejos, de Borges, que le pasa lo mismo que a Messi, en todas las universidades del mundo lo enseñan como uno de los grandes escritores de la historia universal, y acá lo discutimos, siempre le metemos alguien para tratar de opacarlo, lo acusamos de oligarca, de gorila. Me acordé de Favaloro, el inventor del by pass, que se tuvo que suicidar porque no le daban pelota”.
“Yo igual no voy a comprar un solo dólar y cada vez que pueda voy a cantar el himno más fuerte a ver si al menos uno o dos se contagian. Insisto, sé que soy ingenuo. Que los dirigentes piden sacrificios y ellos no son capaces de hacer uno solo. No se rebajan los sueldos, no dejan de nombrar parientes en el Estado, de aprovechar todos los curritos con pasajes, entradas, congresos, que pueden. Ni hablar de los chorros. Y no resignan ni una mínima cuotita de poder. No vaya a ser cosa que se les caiga alguna cucarda trucha si llegan a decir, por ejemplo, que para alcanzar un gran acuerdo nacional van a resignar sus candidaturas a las próximas elecciones, así nadie sospecha de que anteponen intereses personales a los del país”.
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“No, Jorgito, no soy ingenuo, pero no quiero que mis nietos me pregunten cómo me comportaba yo en la Argentina de las corridas cambiarias y de los argentinos que viven poniendo palos en la rueda. No voy a comprar un puto dólar porque quiero a mi país. Y cuando mis nietos me pregunten qué hice, le voy a decir que era un ciudadano honesto que trabajaba doce horas por día, que hacía cola en todas las dependencias que le tocaba, que no le pedía favores a ningún funcionario y pagaba todos sus impuestos. Y voy a recordarles que en mis tiempos, comportarme así me volvía una persona libre, sin deudas de ninguna clase, y que eso me permitió no ser parte del problema, sino de la solución”.
Esta columna fue publicada en el programa Córdoba al Cuadrado de Radio Suquía – FM 96.5 – Córdoba – Argentina.