Tres sentimientos han gravitado sobre la política de Chile en el último medio siglo. Uno es la resistencia contra la desigualdad; otro es el miedo al caos y la anarquía, mientras que el tercero es la vocación centrista, que dominó los últimos 30 años como consecuencia del catastrófico choque entre los dos anteriores.
La resistencia a la desigualdad le dio el triunfo a Salvador Allende en 1970, mientras que el miedo al caos y la anarquía, sumado a la reacción de sectores que sintieron atacados sus intereses, entronizaron la brutal dictadura de Pinochet.
Por eso, lo que vino después de los diecisiete años de régimen militar fueron tres décadas de democracia bajo gravitación centrista. Un período que puede definirse como “polarización virtuosa”, porque los votos se polarizaban entre centroizquierda y centroderecha.
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Boric ganó por expresar una de las tres fuerzas gravitacionales, la resistencia a la desigualdad, pudiendo además capitalizar a su favor la tercera, esa vocación centrista que había sido relegada en la primera vuelta.
Kast expresa el miedo al caos y la anarquía, pero perdió con Boric la disputa por el centro.
El candidato de la izquierda logró una victoria contundente porque, si bien tenía como aliado al Partido Comunista, era más creíble que su contrincante ultraconservador en el corrimiento hacia el centro.
Antes de conformar una coalición con el PC (que si bien ya está lejos del estalinismo que abrazó hasta los años ’60 y del filo castrismo que profesó hasta iniciado el siglo 21, está moldeado en el marxismo leninismo), el dirigente estudiantil que se visibilizó liderando las protestas estudiantiles del 2011había intentado sumar su fuerza política, el Frente Amplio, al espacio de centroizquierda. No le abrieron esa puerta y formó Apruebo Dignidad.
A la candidatura de la coalición de izquierda la conquistó venciendo en la interna al precandidato comunista, Daniel Jadue. En esa interna no sólo se eligió al candidato, sino también al programa. Y el programa de Boric es de corte socialdemócrata.
Al giro al centro, el presidente electo lo inició al suscribir el acuerdo de pacificación que, tras las violentas protestas del 2019, impulsó Sebastián Piñera abriendo el camino a la reforma constitucional. Por haber aceptado ese camino, la izquierda dura lo atacó duramente, aunque al final se alineó tras su candidatura.
A eso se suma que durante la campaña electoral para la primera vuelta, empezó a decir que su modelo no estaba en Cuba ni en Venezuela, sino en Europa, porque él no es castrista ni chavista, sino partidario de dotar a Chile de un Estado de Bienestar como el que tiene Europa.
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En cambio Kast recién intentó mostrarse moderado al pasar al ballotage, o sea cuando lo imponía la circunstancia.
Llevaba años reivindicando la dictadura de Pinochet y el ideario de Jaime Guzmán, ideólogo civil del régimen militar. A eso sumó una identificación total y exultante con Donald Trump y con Jair Bolsonaro. Además, había insinuado propuestas de descabellado extremismo, como retirar a Chile de la ONU. Después de todo eso, no era fácil mostrar centrismo en las pocas semanas que restaban para la segunda vuelta.
De todos modos, tanto la presión migratoria en el norte del país como el activismo violento de agrupaciones mapuches en las regiones sureñas de Biobío y Araucanía jugaron a su favor, porque activan la gravitación del miedo y su deseo de mano de dura. A eso se suma la desconfianza que el PC genera en amplios sectores de la sociedad.
Finalmente, el escrutinio demostró que el giro al centro de Gabriel Boric fue más creíble que la moderación de Kast en la antesala del ballotage.
El gran desafío ahora es la gobernabilidad. El presidente más izquierdista desde Salvador Allende y el más joven de la historia de Chile, correrá el riesgo de sufrir presión ideológica del ala izquierda de su coalición y bloqueo parlamentario de la derecha que ha sido derrotada.