Paraguay eleva demasiado el tono. Dirigentes de primera línea realizan declaraciones destempladas sobre las tensiones entre su país y Argentina. Posiblemente tengan razón en mucho de lo que dicen y haya jugarretas típicas de la politiquería argentina que generan justificada indignación. Pero tener altas funciones de Estado implica responsabilidades y mesuras que no siempre los políticos paraguayos respetan.
Un diputado guaraní habló de ir a la guerra contra Argentina y reclamó misiles a Estados Unidos para que Paraguay pueda atacar ciertos puntos neurálgicos que no identificó.
El mismo legislador recriminó a Joe Biden haber acordado con Alberto Fernández (que pertenece a la fuerza política que agigantó la dependencia argentina de China) la venta de aviones norteamericanos de combate, mientras que a los gobiernos paraguayos les impone mantener el vínculo que, cada vez más en solitario, mantiene con Taiwán mientras los vecinos en la región se abrazan a Beijing.
Ese diputado deseoso de calzarse un casco, tomar un fusil y lanzarse a la guerra contra Argentina, es Rubén Rubín, que pertenece a la Alianza Encuentro Nacional, un partido centrista y moderado.
Poco antes, el presidente Santiago Peña describió al ministro de Economía argentino como mentiroso y embaucador, después de haberlo recibido en Asunción y haber tratado con él la espinosa cuestión de los peajes que cobra Argentina en la hidrovía.
Según el jefe de Estado paraguayo, Sergio Massa se comprometió a tomar medidas para corregir la actual situación y marchar hacia aranceles acordados, pero no cumplió nada de lo que había prometido.
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Lo increíble no es que Massa “venda humo” y que no cumpla compromisos asumidos. Lo increíble es que Santiago Peña dejó de lado las formas que impone la diplomacia, para tratar de mentiroso al “superministro” argentino que, de hecho, está cumpliendo las funciones presidenciales que no está asumiendo Alberto Fernández.
En el Palacio de López desde hace tiempo crece la sensación de que es en vano hablar con gobiernos argentinos, porque dicen palabras que siempre se lleva el viento y firman con la mano lo que luego borrarán con el codo.
En la cumbre del Mercosur en Puerto Iguazú, el entonces presidente paraguayo Mario Abdo Benítez le planteó a Alberto Fernández los problemas que traía la acumulación de deuda argentina por la energía de Yacyretá. Ahora, el vicepresidente del país vecino, Pedro Alliana, justificó el corte del suministro en la falta de respuesta desde Buenos Aires por una deuda que ya supera los 150 millones de dólares.
El desquicio viene de lejos. Para los gobiernos de Argentina y Brasil pareciera más importante mantener en pie la apariencia de un Mercosur fuerte y armónico, que lograr que de verdad lo sea.
El Mercosur está a la deriva y los dos miembros más pequeños, Uruguay y Paraguay, ya no saben cómo hacerse escuchar en Brasilia y Buenos Aires. No obstante, alguien debiera decirle al diputado Rubín que su frase a favor de una guerra con Argentina, constituye una desmesura inaceptable.
Tiene lógica preguntar por qué Estados Unidos vendería aviones de combate a un país cada vez más abrazado a China, como la Argentina gobernada por el kirchnerismo, mientras le impone a Paraguay mantener contra viento y marea su fuerte vínculo con Taiwán.
Entre otras cosas que China exige a cambio para dar préstamos y llevar inversiones, es que rompan con la isla a la que Beijing considera una “provincia china en rebeldía”. Paraguay pierde inversiones, préstamos y negocios con China, que aprovechan sus vecinos. La sensación que eso genera, sumado a las deudas impagas por la energía de Yacyretá y al cobro unilateral de peajes que estableció Argentina en la hidrovía, impacta en una cultura forjada por un antiguo y justificado resentimiento: Brasil y Argentina, con el apoyo de Uruguay, impusieron a Paraguay el más sangriento de los conflictos decimonónicos: la Guerra de la Triple Alianza.
Aquel conflicto diezmó a la población paraguaya y destruyó una economía que crecía vigorosa y autónoma.
Esas son marcas que quedan en la historia y suelen insinuarse en desmesuras verbales provocadas por el vicio argentino de la charlatanería y el incumplimiento.