En la cumbre CELAC-UE, los regímenes de Cuba, Venezuela y Nicaragua volvieron amostrar su afinidad con el presidente Rusia, bloqueando la participación de Volodimir Zelenski y obstruyendo la inclusión de un párrafo condenando la invasión rusa en la declaración final del encuentro.
Diferenciándose claramente de esa posición, el presidente izquierdista de Chile, Gabriel Boric, exigió una condena más enérgica a la agresión rusa contra Ucrania. Y distanciándose moderadamente de la posición funcional al Kremlin que asumieron el presidente cubano Miguel Díaz Canel y los representantes de los regímenes venezolano y nicaragüense, Alberto Fernández dijo que “la invasión de Rusia sobre Ucrania desató un conflicto delicadísimo que nos condujo a una situación dramática…”
En este párrafo de su discurso, el presidente argentino habla de “invasión de Rusia sobre Ucrania”, dejando implícitamente en claro quién fue el iniciador del conflicto.
Pero la Unión Europea intentó que la declaración final de la cumbre entre ambos bloques regionales incluyera una condena explícita a la decisión de Vladimir Putin de invadir el país vecino imponiéndole una guerra catastrófica. Esa condena pretendida por Bruselas debía expresarse en los términos planteados por Naciones Unidas. En ese punto encontró la resistencia de los regímenes autoritarios de Caracas, Managua y La Habana.
Finalmente, se acordó un cuestionamiento demasiado suave para la gravedad de los hechos, pero la representación nicaragüense quedó en completa soledad al negarse a suscribir la declaración final de la cumbre, por contener esa tibia crítica.
La pulseada fue muy reveladora de una aparente contradicción. Los tres regímenes, igual que los liderazgos del populismo latinoamericano de izquierda que los apoyan, se auto-perciben “progresistas” y utilizan ese concepto para explicar su posición política. Sin embargo, el líder ruso al que defienden es un ultraconservador que impone una legislación retardataria contra la diversidad sexual y practica el expansionismo territorial por la vía militar.
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El belicismo expansionista de Putin se puso en marcha tras la cumbre de la OTAN en el 2008, al lanzar el ejército ruso contra Georgia para quitarle los territorios de Abjasia y Osetia del Sur, a pesar de que la alianza atlántica había decidido en su encuentro en la capital de Rumania rechazar el pedido de incorporación que había formulado el país caucásico.
Tampoco había sido aceptada por la OTAN la petición de Ucrania, pero el jefe del Kremlin ordenó la invasión. ¿La consecuencia es que a las peticiones de Suecia y Finlandia, la OTAN las aceptó del mismo modo que había aceptado la incorporación de las ex soviéticas repúblicas bálticas, Lituania, letonia y Estonia, a las que Rusia no atacó porque hubiera implicado atacar a la alianza atlántica.
Cuba, Venezuela y Nicaragua fueron funcionales a Putin en los mismos días en que el jefe del Kremlin se retiró del acuerdo sobre la exportación de granos, generando peligro de hambrunas en regiones de alta vulnerabilidad alimentaria.
La cumbre CELAC-UE se realizó en los mismos días en que el líder ruso dio otro paso en dirección retardataria, al ampliar las leyes contrarias a la aceptación de la diversidad sexual.
Esa política claramente ultraconservadora, comenzó en el 2013 con las leyes que prohibieron la difusión entre menores de edad de todo tipo de información referida a la diversidad sexual. Pasos en la misma dirección se dieron en los últimos años, ampliando a todas las edades esa prohibición. También desde la letra constitucional, Vladimir Putin cancela a todo lo que no sea heterosexualidad. Las justificaciones usan los mismos términos utilizados por los sectores más recalcitrantes de las religiones, en particular la Iglesia Ortodoxa Rusa. Por ejemplo, trata de “degenerados” a los homosexuales, retrotrayendo la situación a los tiempos en que la homosexualidad era perseguida y tratada como delito de “sodomía”.
Rusia había avanzado en ese terreno con la legislación aprobada en la Duma en 1993, durante la presidencia de Boris Yeltsin. Pero con Putin, Rusia retrocedió a los tiempos oscuros de la marginación, el estigma y la persecución.
En los mismos días en que los regímenes cubano, nicaragüense y venezolano le cubrían las espaldas en la cumbre CELAC-UE, Putin daba un paso más contra la comunidad LGTBQ, al prohibir todo tipo de intervención médica para cambio de sexo, sea quirúrgica o a través de fármacos.
Por ciertos, tales pasos van también en dirección contraria al avance de la tolerancia hacia la diversidad sexual en las democracias liberales de occidente.
Un liderazgo belicista y ultraconservador es apoyado por regímenes que se auto-consideran “progresistas”. ¿Por qué? Porque lo sustancial es lo que tienen en común con el liderazgo ultraconservador de Rusia los déspotas latinoamericanos y los populismos de izquierda que los secundan en la región: el desprecio a los sistemas liberal-demócratas occidentales y la adhesión a modelos autocráticos en los que el poder puede imperar sobre las personas y destruir los derechos individuales y públicos.
El discurso y la parafernalia simbólica del auto-proclamado “progresismo” latinoamericano, incurre en la falacia a la que Milán Kundera definía usando la palabra alemana “kitsch”. Y lo muestra al exhibir su afinidad con un liderazgo profundamente reaccionario.